Así ha cambiado un colegio de Valladolid gracias a trabajar los derechos humanos
El colegio Melquiades Hidalgo, de Cabezón de Pisuerga, ganó el IV Premio de Educación en Derechos Humanos de la OEI. Su historia cobra importancia en el Día de los Derechos del Niño
«Malala era una niña de Afganistán. Los talibanes no dejaban a las niñas ir al colegio». Pero ella luchaba para poder hacerlo ella y otras niñas. Un día «se subió al autobús escolar y los talibanes le dispararon en la cabeza, pero sobrevivió». Es la historia favorita de Olivia, una niña de 11 años que estudia en el colegio Melquiades Hidalgo, de Cabezón de Pisuerga (Valladolid).
A su compañero Adrián, de 12, le gustó mucho la de Luis Soriano, «un colombiano que iba por todo el país con sus dos burros, Alfa y Beto. Lleva libros a los pueblos donde no hay bibliotecas» ni colegios, para que los niños puedan al menos algo de acceso a la cultura.
Que los 300 alumnos conozcan historias como estas es solo uno de los muchos frutos de Déjame que te cuente. La fábrica de los derechos. Este proyecto le valió alzarse en septiembre con el IV Premio de Educación en Derechos Humanos Óscar Arnulfo Romero, que impulsan la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) y la Fundación SM.
Educación para el desarrollo
En realidad, Déjame que te cuente es solo una de las múltiples formas que ha tomado el trabajo de educación para el desarrollo y la ciudadanía global que el centro lleva realizando desde hace años. Buscar herramientas atractivas para educar a los alumnos sobre los derechos humanos y los objetivos de desarrollo sostenible «es una línea de trabajo del proyecto educativo del centro», afirma Arancha Vilor, coordinadora del proyecto. Y lo hacen con un énfasis especial en los derechos del niño, cuyo día se celebra este 20 de noviembre.
Todos los profesores están implicados, asegura. «Trabajamos en equipo para ver cómo se puede tratar ese tema desde las distintas asignaturas» de forma transversal, a la vez que se sigue el currículum establecido. Una forma de empezar es «aprovechar las noticias que salen en la prensa, por ejemplo sobre Ucrania o Afganistán. Es muy fácil traerlo a las aulas y que los niños entiendan lo que está pasando», explica Rosa Elena Román, directora del centro. Se centran, por ejemplo, en las necesidades que tienen los niños ucranianos. «Es una forma de que empaticen con lo que está pasando, y nos lleva a trabajar qué derechos humanos se están vulnerando», explica Arancha.
En Déjame que te cuente, además, trabajaron mucho leyendo en clase libros sobre estas situaciones, o con historias como las de Malala y Luis, que tanto impactaron a Olivia y Adrián. «En clase hacíamos las lecturas, buscábamos información, compartíamos ideas y hacíamos juegos de rol para pensar cómo se sentirían esos niños», relata la niña. «Primero lo trabajamos en el aula, hacemos una reflexión» sobre la historia que se cuenta o sobre los valores que sería necesario proponer a partir de ella, profundiza la coordinadora del proyecto. Luego «decidimos con los niños cómo lo queremos expresar».
En todas las asignaturas
Por ejemplo, con una exposición de libros preparados por ellos para expresar lo que han aprendido. «Una vez», añade Adrián, «los mayores del colegio les contamos a los niños de Infantil, con sombras chinescas, cuentos sobre la paz que habíamos leído o que nos inventábamos». Así, a lo largo del proceso se trabaja al mismo tiempo la formación en valores, «la comprensión lectora, la expresión oral y escrita», la habilidad manual…
Todas las asignaturas aportan su granito de arena. En Religión es fácil hablar de cómo en muchos lugares del mundo las personas no pueden vivir sus creencias con libertad. Muchas de las realidades de violaciones de derechos humanos encajan también a la perfección en el contenido de Ciencias Sociales.
Hasta «en Matemáticas se puede trabajar con gráficos o estadísticas» relativas a estas cuestiones. O inventarse problemas con temas relacionados con los derechos humanos «en vez de con ir a comprar patatas al mercado», apunta Vilor. Román añade que, después de tantos años, esta integración «es sencilla porque impregna la práctica diaria».
El colegio, una exposición
Con la actividad Me pongo en tus zapatos, pintaban unas zapatillas de azul y de otro color que eligieran para reflexionar sobre cómo se sentiría cada uno en una situación concreta. Por ejemplo, tener que abandonar su hogar o su país. Luego, expresaban cómo querrían que fuera esa realidad.
En otros momentos, hicieron manualidades para expresar este trabajo mediante obras de arte o trabajando con películas. O llenaron los pasillos con el Mar de los derechos, en una época en la que con frecuencia llegaban noticias de migrantes ahogados en el mar.
A medida que pasan las semanas y los meses del curso, cada rincón del colegio se va llenando de trabajos y murales. A final de curso, el centro organiza una jornada de puertas abiertas con visitas guiadas. «En cada clase estamos dos o tres alumnos, y la gente va pasando y les explicamos lo que hemos hecho» y por qué, cuenta Olivia. Antes de volver a clase en septiembre, todo se retira para volver a empezar.
Uno de los activos más importantes de la educación en derechos que lleva a cabo el colegio Melquiades Hidalgo es que lo que trabajan con los niños no se queda en el mundo de las ideas. «Desde que trabajamos así han disminuido mucho los conflictos», asegura Román. «Los niños miran las cosas de otra manera. Las familias nos comentan que todo lo trasladan también a casa, y la relación con ellas es más cercana».
Ha dado lugar asimismo a otras muchas iniciativas para ayudar a los demás, como una carrera solidaria para recaudar dinero para las víctimas de la guerra de Ucrania. Pero también ha servido para que surjan ideas para mejorar la convivencia. Como el consejo de delegados, del que el año pasado formó parte Hugo, de 6º de Primaria. En él está, nos cuenta, «un alumno de cada clase forma parte del consejo de delegados. Tenemos un cuaderno donde apuntamos las propuestas de los compañeros», y luego las debaten entre todos para mejorar el colegio.
De ahí han salido ideas como «poner pelotas de tenis en las patas de las sillas para no hacer ruido al levantarnos» y así no molestar a los demás, o poner en el patio juegos de mesa a los que cada día puede jugar un curso. «También decidimos una acción para realizar cada mes, como no tirar cosas al suelo o escuchar a los compañeros».