Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día - Alfa y Omega

Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día

Jueves de la Octava de Pascua / Lucas 24, 35‐48

Carlos Pérez Laporta
'Jesús resucitado come con sus apóstoles'. John Paul Stanley
Jesús resucitado come con sus apóstoles. John Paul Stanley. Foto: www.yoplace.com / FreeBibleimages.org.

Evangelio: Lucas 24, 35‐48

En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:

«Paz a vosotros».

Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu.

Y él les dijo:

«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:

«¿Tenéis ahí algo de comer?».

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.

Y les dijo:

«Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.

Y les dijo:

«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

Comentario

Del mismo modo que hay una tristeza propia del mundo, que lleva a la muerte, y otra que es de Dios, que abre a la salvación (cf. 2 Cor 7, 10), hay una alegría mundana y otra de Dios. La alegría mundana, como ocurre con la tristeza de ese tipo, también lleva a la muerte. Porque es una alegría superficial, que se apoya en las cosas del mundo que alivian o distraen, pero no llegan a llenar de alegría el corazón. Ese tipo de cosas provocan una alegría marcada por a muerte por su aspecto exclusivamente pasajero, desvinculado de la eternidad. Así les ocurre a los discípulos, que «no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos». De estar «aterrorizados y llenos de miedo» porque «creían ver un espíritu» (es decir, a un muerto), pasaron a estar alegres porque creían ver simplemente a un vivo. Su alegría provenía de pensar en un milagroso sorteo de la muerte. Pero Jesús no ha esquivado la muerte: realmente murió, y por eso la relación con él no puede ser como la de antes. De ahí que la alegría de vivir como si Jesús no hubiera muerto impide la fe en la resurrección. El resucitado no es alguien devuelto a la vida. La muerte impide que encontremos a Jesús como a un simple vivo más. Si esperan encontrarlo por las mismas vías por las que antes lo encontraban, no podrán descubrir al Cristo vivo, y a esa alegría le sucederá una tristeza de muerte. La alegría de la resurrección exige partir de la muerte de Cristo por nosotros; solo desde la cruz puede comenzarse el camino que corre más allá de la muerte hacia Dios. Por eso «les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: “Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados”».