Ascendemos a la cumbre de los montes sagrados de la Tierra Santa - Alfa y Omega

Ascendemos a la cumbre de los montes sagrados de la Tierra Santa

En un momento delicado para la Tierra Santa, Alfa y Omega, junto a un equipo de periodistas de información religiosa, recorre la región, vacía de peregrinos

Cristina Sánchez Aguilar
Templo en el lugar donde Jesús pronunció el sermón de la montaña
Templo en el lugar donde Jesús pronunció el sermón de la montaña. Foto: Cristina Sánchez Aguilar.

No pocos sucesos clave de la historia de la salvación tienen lugar en un monte. Moisés recibió en el Sinaí las tablas de la ley. Noé presumiblemente encontró refugio frente al diluvio en el Ararat —hoy el símbolo de la tierra armenia—. Abraham quiso sacrificar a su hijo, Isaac, en el monte Moriá, lugar elevado en el que más tarde se alzaría el templo de Jerusalén, al que los judíos subían a rezar; entre ellos, seguro, Jesús. La ascensión hacia lo más alto nos ha situado durante siglos más cerca de Dios. Ya lo predijo el profeta Miqueas: «En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor; en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas». Las alturas siguen siendo hoy lugar de oración, de cercanía al cielo, de calma, mirada amplia y horizonte. Los peregrinos seguimos necesitando ascender a lo alto. Y también ahora, más que nunca, la Tierra Santa reclama que subamos. Pero no es un momento fácil para emprender el viaje. Lo que hoy no sucede, puede ocurrir mañana. El conflicto en los alrededores del centro de la cristiandad ha vaciado los santos lugares, desde el fatídico 7 de octubre, de sus «piedras vivas», los peregrinos. Pero la oración es el antídoto contra el mal. Por eso este semanario —junto a otros periodistas de información religiosa— se ha embarcado en esta ruta, la de los montes santos, organizada por la Oficina Nacional israelí de Turismo. Para pedir con fuerza, desde lo alto de la tierra sagrada, que lleguen los acuerdos que amainen la tormenta y la paz vuelva a esta tierra compleja y llena de matices. Y que, de este modo, sus habitantes dejen de sufrir la muerte y la desolación, los peregrinos puedan retornar y, así, sus piedras vuelvan a tener vida.

La primera parada está al norte del país. Desde el monte del Precipicio, en la Baja Galilea, donde la multitud trató de empujar a Jesús, se contempla la ciudad de Nazaret, donde todo empezó. 80.000 habitantes, el 40 % de ellos cristianos, guardan el lugar en el que el ángel anunció a María. Desde el monte se contempla a lo lejos el Tabor, donde tendría lugar la transfiguración. Es la siguiente etapa del camino, y una entiende bien aquel mítico «hagamos tres tiendas» de Pedro, cegado por las vestiduras blancas como la luz. Es un lugar en el que se respira la paz. Aunque en este julio aprieta el calor, amainado por un vendaval cálido que sumerge al visitante en una opaca tarde estival.

La hoja de ruta de nuestra fe la dio el Señor en otro monte, el de las Bienaventuranzas. A orillas del mar de Galilea, otrora plagado de visitantes de todas las religiones, las palmeras ondeantes recuerdan tiempos de bonanza. De bonanza espiritual, quiero decir. Sin restar dramatismo a las consecuencias de la soledad del lugar, es un privilegio sentarse frente al agua, embravecida por el viento estos días, e imaginar a Pedro caminando sobre las aguas. O a Jesús sentado, tranquilo, pidiéndonos ser sal y luz del mundo. Unas jóvenes alemanas no han querido perderse tamaña oportunidad y salen a nuestro encuentro en la orilla.

El monte Arbel, dentro de una reserva natural, permite avistar «la alta cumbre del Hermón». Una pequeña ruta a pie entre las rocas ofrece al peregrino contemplar la geografía que determinó los pasos de nuestros ancestros: los Altos del Golán, cuevas escondidas, restos de una sinagoga. Termina la ruta en los dos montes por excelencia: el monte de los Olivos, el lugar donde Cristo se rindió a su condición de hombre. Desde allí contemplamos la Cúpula de la Roca, ese timeline tan irrepetible que conforma el inicio y la meta de las tres religiones monoteístas. Finalizamos el viaje en el monte Calvario, dentro de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Solos frente al hueco de la cruz y ante la piedra vacía del sepulcro, únicamente acompañados por los religiosos de diversos ritos que guardan el lugar donde todo cobró sentido, el pequeño equipo de prensa religiosa española entiende su cometido estos días, ante los exabruptos de amigos y familiares. Es el mejor lugar desde el que implorar por la paz.

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