La música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo. Ara Malikian podría llevar inscrita en la frente esta frase de Platón. O tal vez mejor una de esas pintadas que reivindican la belleza con trazo grueso. Algo así como ¡Biba la músika! No podríamos leer ninguna porque Ara esconde su cara bajo una enorme pelambrera. Parece una palmera levantina, el magnífico incensario que se mueve solitario (que escribió Miguel Hernández). Todo movimiento, todo luz mediterránea, todo violín. Él es el centro, él y la música inabarcable que sale de sus ramas, entre brincos y contorsiones imposibles. De Paganini a Falla, del romanticismo a la música española. Cada concierto es único, literalmente.
Este violinista libanés, de orígenes armenios y afincado en España desde hace años, lo pone todo patas arriba desde el principio. Por eso, nos recibe entre las butacas, acompañado por la joven orquesta que rompe y rasga las cuerdas desde su imaginario tejado. Violines, violas, violonchelos y contrabajo. Ni más, ni menos. Una aventura musical que se atreve con aires de música klezmer, con la vida breve, con adaptaciones de Chick Corea, o con el zapateado de Sarasate. La partitura es, como la zapatera de Lorca, prodigiosa.
Al principio, el festín asombra y asusta a partes iguales. Pensado para todos los públicos, el Teatro Español se rinde a familias enteras, desde bebés hasta abuelas melómanas. Y unos y otros se extrañan ante la apariencia del menú, en teoría creativo, deconstruido y ecléctico. Una orquesta sin director, un solista sin papeles, unos músicos sin uniforme y Ara con tatuajes al aire y con esos pelos. Pura fachada. Malikian insiste entre canción y canción y presume de heterodoxia, de haber metido en la batidora la música de los genios más clásicos. No se pueden quejar, dice con sorna, ya están muertos. Pero es eso: sólo apariencia de improvisación y ruptura. Hay detrás un profundo conocimiento de lo que se traen entre manos.
Durante hora y media viajamos atados por las cuerdas que lloran, ríen, se quejan, dialogan y se burlan de nosotros. No es ni una adaptación para niños, ni uno de esos programas, estilo Pizzicato, con los que Ara Malikian ha presentado en la tele su programa siempre divulgativo. Esto es otra cosa.
Ha embarcado en el proyecto a quince muchachos jovencísimos, que se mueven con expresividad al son que les marca el maestro de orquesta. A la sombra de Ara Malikian, un paso por detrás, se sitúa Humberto Armas, alma mater del espectáculo, músico brillante que, como el resto, se lo pasa en grande mientas toca. Así, con una sonrisa en la boca, entendemos mejor a la Carmen de Bizet o bailamos con mayor soltura al son de la danza húngara.
La misma orquesta nace con el propósito de desterrar la imagen elitista, sobria y aburrida que, al menos para los no iniciados, puede transmitir una orquesta como Dios manda. Que nadie se preocupe, porque suenan como los ángeles. Es compatible disfrutar en el cielo del Auditorio Nacional con hacerlo también sobre este modesto tejado del Teatro Nuevo Apolo. Son diferentes alturas. Imprescindibles ambas para levantarnos del suelo por el que a menudo nos arrastramos.
★★★★★
Teatro Nuevo Apolo
Plaza de Tirso de Molina, 1
Tirso de Molina
OBRA FINALIZADA