Uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia, canta Serrat. Pero su tren sacó boleto de ida y vuelta televisivo. Son aquellas pequeñas y extrañas cosas que se han colado ya, en apenas dos temporadas, en nuestras vidas, como una serie de referencia. Stranger things es una serie de ficción de ciencia ficción, valga la redundancia, que se ha convertido en poco tiempo en una serie de culto. Coproducida y distribuida por Netflix, y escrita y dirigida por los hermanos Matt y Ross Duffer, este peculiar universo de misterio, terror y nostalgia, se estrenó en la mencionada plataforma en julio de 2016. Desde entonces, todo son halagos. Los merece.
El punto de partida es la desaparición de Will, un niño de 12 años, en un condado de Indiana durante los años 80. A partir de ahí, una pandilla con algún que otro superpoder se va a poner manos a la búsqueda. Y no se debe contar mucho más. Aunque, como yo, no sean mucho de ciencia ficción y extraterrestres, tienen que verla.
Es una serie con niños, pero no para niños, aunque se puede disfrutar con adolescentes en familia. A los más viejos del hogar les va a encantar la inmersión ochentera, con constantes homenajes a la cultura pop y al Hollywood de Spielberg o George Lucas. Estupenda factura visual, buenos guiones, con una adecuada mezcla de humor y terror, y una banda sonora inolvidable, creada por Kyle Dixon y Michael Stein, dos integrantes de los Survive, la famosa banda electrónica texana, que hacen que todo suene a delicioso sintetizador, como mandan los 80.
Hay quien dice que la segunda temporada no está a la altura de la primera, que repiten la fórmula. Puede ser. Pero los ocho primeros episodios fueron tan buenos que, aun repitiendo lo bien hecho en los nueve siguientes, nos dejan pegados a aquellos maravillosos años.
Regresen al futuro y véanla. Un buen día diremos que fueron aquellas pequeñas series que nos dejó un tiempo de rosas y, cuando las saquemos del cajón, nos harán llorar cuando nadie nos vea.