Las noticias que nos llegan cada día de Roma, sobre el Papa Francisco, constituyen un conjunto de sorpresas, de llamadas a la reflexión, de invitación a la esperanza, de mensajes hacía todos los hombres, especialmente los que más sufren, y de apertura a los caminos de la fe. Y entre ellas hemos conocido la voluntad papal de proclamar la heroicidad de las virtudes de un sacerdote madrileño, Manuel Aparici, lo que le otorgará el título de Venerable, un eslabón en su proceso de beatificación.
Manuel Aparici Navarro, un joven seglar profesional de Aduanas, fue presidente nacional de los Jóvenes de Acción Católica (1934-1941), antes, durante y después de los difíciles años de la Guerra Civil. Entró en el seminario como vocación tardía y profunda, y ya sacerdote fue nombrado consiliario nacional de la Juventud de Acción Católica.
Conocí a don Manuel Aparici en un Cursillo de Cristiandad que él daba, junto a otros dirigentes seglares en 1954. Su testimonio me impactó y muy pronto empecé a colaborar con él en el Consejo Superior de los Jóvenes de A. C. y dimos juntos varios Cursillos de Cristiandad y de dirigentes de juventud. Luego le acompañé como Vicepresidente y finalmente como presidente de la Juventud de A. C., el último que tuvo a don Manuel como Consiliario en su plenitud vital y, finalmente, en su larga y dolorosa enfermedad en la que le visité con frecuencia hasta su muerte en 1964.
Tres constantes definen la personalidad de don Manuel: su desapego total de cualquier ambición humana o interés personal con una vida entregada al ejercicio constante del amor a los demás; su absoluta dedicación al eje de su vocación sacerdotal –«llevar almas de jóvenes a Cristo»– y su permanente actitud de oración ante el Padre.
Don Manuel fue el adalid del espíritu peregrinante y su proyecto de la gran peregrinación de la Juventud a Santiago de Compostela que surgió en los años treinta y no pudo realizarse hasta finales de los cuarenta, debido a los complejos avatares de la historia de España. Pero aquella exitosa peregrinación constituyó la culminación del esfuerzo de una generación de dirigentes. Tras ella hubo una etapa de cansancio y de necesaria renovación. Don Manuel Aparici me confesó que, al asumir la responsabilidad de Consiliario Nacional, se encontró que «una gran estructura de la Juventud de A. C. había quedado vacía». Pero él supo hallar, en uno de los muchos frutos de aquella Peregrinación –el Cursillo de Cristiandad creado e iniciado en Mallorca–, el instrumento ideal para la renovación y el nuevo impulso de la JACE. A través de él se incorporaron cientos de dirigentes y militantes a los movimientos juveniles. A esta tarea se entregó con tal pasión que en ella se dejó la salud y entregó su vida.
Con motivo del inicio de su Proceso de beatificación me pidieron unas declaraciones y dije: «He tratado en mi vida personas maravillosas por su vocación, por su vivencia religiosa, por su entrega a los demás o por su inteligencia y valor profesional, pero santo -lo que yo entiendo por santo- sólo he conocido uno: Manuel Aparici».
Salvador Sánchez-Terán