Con una ley como la anunciada por Gallardón, y que con tanta expectación ansiamos los que trabajamos por la mujer y la maternidad, España se podría convertir en el primer país de la Europa occidental que comienza a revertir la tendencia abortista dominante desde los años 70 del siglo pasado. Se sumaría así, nuestro país, a lo que está sucediendo en muchos Estados de los Estados Unidos, y en parte de los países de la Europa excomunista y de Latinoamérica.
La presentación de dicho proyecto y el largo debate que generará, situará a España en el centro de una polémica, muy viva ya en los Estados Unidos, y que ha venido extendiéndose por el resto del mundo en paralelo a la imposición de leyes abortistas en un considerable número de países. Leyes alentadas y financiadas por importantes instituciones internacionales y poderosas fundaciones americanas que, haciendo pasar por bueno lo que es moralmente malo y por malo lo que es moralmente bueno, no buscan sino salvaguardar ciertos intereses económicos y geoestratégicos, provocando una verdadera revolución cultural con la pretensión de desarraigar la cultura occidental —y por influencia de ésta, las del resto del mundo— del humus cultural del humanismo cristiano.
Prisioneros de una ideología de muerte
Surgirá así en España un debate que los abortistas tratarán de desviar de su fondo real, negándose a considerar la esencial y primerísima cuestión que debiera tenerse en cuenta; es decir, si es o no es un ser humano el concebido. Hecho indiscutible hoy y que han venido corroborando las distintas disciplinas científicas, que aportan cada vez más datos para considerar al cigoto, al embrión y al feto como individuos de la especie humana, como uno de nosotros. Y tratarán de desviar la atención insistiendo, sin descanso, sobre una supuesta existencia de un derecho de la mujer a decidir sobre la vida y la muerte de sus propios hijos en las primeras fases de su desarrollo. Así, los abortistas intentarán que no pensemos en la primera víctima del aborto: el niño que muere; ni tampoco en la segunda víctima: la mujer a quien se aboca a algo tan terrible, privándola de la información completa y veraz que precisa ante una decisión irreversible, de las serias secuelas físicas y psicológicas que puede tener para ella, así como de las alternativas que tiene a su disposición de querer seguir adelante con su embarazo.
Dado que no se puede defender razonablemente que la ley pueda legitimar la muerte de un inocente en ningún momento de su biografía, ni aun en aparente provecho de cualquier supuesta buena causa, tratarán los abortistas de no entrar en el debate de la humanidad individual y singular del concebido, ni de la realidad del aborto que sufren miles de mujeres en forzado silencio. Se volverá a poner en evidencia que los abortistas permanecen prisioneros del corsé de una ideología de muerte que les impide ver con claridad las nefastas consecuencias morales y materiales del aborto, tanto para la vida del niño por nacer, como para la madre y, por supuesto, para el conjunto de la sociedad, que, con el aborto, se acostumbra a la violencia como forma de resolver problemas y pone en juego su propia sostenibilidad demográfica y económica.
Nuestro granito de arena
Los que defendemos la maternidad, fuente de toda vida, debemos aprovechar el debate –huyendo de la facilona descalificación personal y de los señalamientos justicieros que nada aportan a la cultura de la vida– para coadyuvar al cambio de las mentalidades apelando a las conciencias, a la razón y al sentido común natural capaz de diluir los prejuicios ideológicos más absurdos y recalcitrantes. Los que trabajamos en defensa de la mujer, de la maternidad y del niño por nacer debemos aportar nuestro propio granito de arena, preparándonos adecuadamente para argumentar con los datos objetivos que la razón científica y la razón moral aportan en favor de la naturaleza humana del niño por nacer y del derecho de la mujer embarazada a recibir la ayuda que precise en su maternidad.
Estamos ante una extraordinaria oportunidad histórica –¡única hasta la fecha en el ámbito de la Europa occidental!– que puede tener consecuencias muy positivas para la defensa de la vida y la maternidad en España y fuera de nuestras fronteras; y que puede contribuir a que el clamor provida y promaternidad sea cada vez más fuerte, claro e irreversible en el mundo entero, de forma que avancemos hacia el objetivo irrenunciable de que, en el futuro, ningún ser humano vuelva a correr riesgo alguno en el vientre de su madre y que ninguna madre, vulnerable y en riesgo de exclusión social, vuelva a sentirse sola ni abandonada en ningún rincón de la tierra.