Antonio Alonso Marcos: «La globalización estará gobernada por China»
China distribuye sus vacunas en todo el mundo, también donde no llega Occidente. Es una puerta para ampliar su capacidad de influencia, afirma Antonio Alonso, profesor de la Universidad CEU San Pablo
El coronavirus se ha cebado con las debilidades intrínsecas de muchos países y ha acentuado algunos cambios que se venían gestando ya desde antes en el panorama internacional. «Ha sido una prueba de fuego a todos los niveles», asegura Antonio Alonso Marcos, profesor de varias asignaturas sobre relaciones internacionales en la Universidad CEU San Pablo de Madrid. De su mano, nos asomamos al mundo poscoronavirus y al papel que jugará China en él.
El coronavirus es que golpea más duro cuando alguien tiene problemas de salud previos. ¿Les pasa también a los países?
La pandemia ha sido una prueba de fuego, un catalizador; a todos los niveles, personal y social. Ha puesto a prueba absolutamente todo. En España, la destrucción de la economía ha venido en parte de que dependemos muchísimo del turismo. Es una fortaleza porque marcha muy bien; pero es una debilidad porque hemos puesto casi todos los huevos en la misma cesta. Ha pasado también en los países petrolíferos. Cuando un único factor acapara toda la economía, si se toca esta se destruye. Ha pasado lo mismo en otros ámbitos, como el de la persecución religiosa. Allí donde antes había, con la pandemia se ha agravado.
¿Saldremos con más globalización, con menos, o con una globalización diferente?
Obviamente será diferente, por las dinámicas que ya se habían puesto en marcha antes de la pandemia y se han ratificado. Se ve un repliegue de Estados Unidos dentro de sus fronteras. Rusia reclama su lugar en el mundo pero no tiene tanta capacidad ni física ni demográfica ni económica ni militar comparada con China. La India lleva unos años en standby. China lleva 20 años de crecimiento sostenido en todos los ámbitos. Y este año, en el que las principales economías del mundo han decaído, la de China se ha incrementado porque le sobra mano de obra y la pandemia no le ha hecho ni cosquillas. Creo que saldrá una globalización gobernada por China. Yo preferiría una liderada aún por Estados Unidos; porque aunque sea de boquilla, al fin y al cabo va a defender los derechos humanos. Pero China vaya usted a saber qué tipo de valores va a difundir por el mundo.
Y con la pandemia se ha visto claro que despierta muchos recelos. Viene de hace tiempo. Al principio, por ejemplo, la UE acogió de muy buena gana el proyecto chino de la Nueva Ruta de la Seda. Pero luego se echó atrás porque China no aceptaba nuestras condiciones a la hora de establecer unas relaciones limpias y transparentes. Trump llegó a un punto de bastante tensión. Y en sus últimos días como secretario de Estado, Mike Pompeo hizo unas declaraciones muy duras por el genocidio de los uigures.
Esa ruta es el gran proyecto internacional de China.
Es una iniciativa para construir infraestructuras que conecten el mercado chino con el europeo por carretera, ferrocarril o por mar. Ya hay un tren Madrid-Yiwu (China oriental) en 16 días. Ahora, siendo muy baratos los productos chinos, están aún encarecidos por el transporte. La cara más amable del proyecto es que solucionaría muchos problemas de desconexión. Pero luego la realidad es que no sirve solo para construir infraestructuras, sino para que China o sus empresas (que es lo mismo) controlen la gestión de puntos de infraestructura en Europa, como algunos puertos. Y que puedan llegar a controlar algún aspecto importante de la economía de nuestros países. En Pakistán pasó con el puerto de Gwadar. Como este país no podía pagar las infraestructuras que realizó China, el gobierno ha decidido cederle la gestión en su totalidad o en gran parte. Y quien gestiona un puerto es quien decide qué productos llegan y de dónde. Por eso en Europa se acordó no formar parte de este proyecto. Pero China, de forma muy astuta, fue captando socios uno a uno. Algunos países han hecho este doble juego: quieren una Europa más fuerte pero van minando las decisiones europeas.
Si esto es así con Europa, mucho mayor es la expansión de la influencia china en el mundo en desarrollo. ¿La llegada de las vacunas chinas donde las occidentales no llegan está reforzando esta tendencia?
Desde luego. China no da puntada sin hilo. Si en política exterior casi no hay altruismo, en la de China definitivamente no existe. El envío de mascarillas, EPI, respiradores, vacunas, etc. a ciertos sitios tiene un propósito muy claro: hacerse más fuerte, ganar en imagen. China no tiene solo una vacuna, sino varias, y por la forma de producirlas y conservarlas es más fácil que lleguen a más sitios que las occidentales. Una vez que has adquirido una deuda con China, tarde o temprano la vas a pagar; sea en metálico (que no le interesa tanto) o en porciones de soberanía.
Con Tayikistán se ha visto en los últimos años. Ese país tiene bastante miedo a sus vecinos chinos. Hace una década, llegaron a un acuerdo por el que le cedían un 1 % de su territorio. Pero a principios de este año se publicó un artículo por una serie de profesores chinos diciendo que el 50 % del territorio tayiko fue chino en un momento dado. Toda la cooperación que hace siempre hacia ellos está marcada por ese interés. Y esto se puede aplicar a Sudán o cualquier otro país africano. ¿Qué pinta China como mediadora en el conflicto de Sudán del Sur, con el que no tiene ninguna conexión? Allí donde aparece China con ayuda, a cambio quiere influencia en la región, hacer una base o un puerto militar.
¿Ocupa los espacios que ha dejado Occidente?
En el sistema internacional no hay vacíos de poder. Los chinos tienen un objetivo claro y desde los tiempos de Deng Xiaoping (1978-1997) se ha estado preparando con toda la paciencia del mundo para alcanzarlo. Es una gran estrategia a largo plazo. Esto ya no es la Guerra Fría, las cosas se hacen de otra manera. China no está interesada en conquistar los países de su alrededor, porque es fuente de problemas; sino ejercer su influencia comercial, y no es desdeñable la política. Y de vez en cuando demuestra su fuerza militar, por ejemplo en la frontera con la India, para enseñar los dientes y sostener su asertividad. Su esquema del mundo va por áreas. Ellos están en el centro (es lo que indica su nombre). Alrededor quieren un vecindario estable y amigo, prácticamente subordinado pero con independencia. Y más allá de ese cordón, regímenes distintos pero con los que puedan dialogar y comerciar.
Una de las ideas que más se ha repetido desde la Iglesia en la pandemia es que nos ha hecho darnos cuenta de que estamos todos en el mismo barco. ¿Cree que esto se traducirá en cambios en las relaciones internacionales?
Aquí distinguiría dos ámbitos. En el de los líderes políticos ha habido grandes declaraciones. Y por ejemplo a nivel de la UE se ha insistido mucho en la solidaridad, en aunar esfuerzos para salir todos juntos, y se ha llegado a una serie de acuerdos. Pero lo que cada país ha hecho por separado ha puesto en evidencia los déficits dentro de la unión. A pesar de haber celebrado varias cumbres, ha habido muestras de insolidaridad por parte de los líderes. Por ejemplo, los comentarios del presidente de los Países Bajos sobre que la gente del sur no se piense que los eurobonos son gratis. Una cosa es poner condiciones, y otra sembrar un concepto de España y otros como países que no tenemos control del gasto.
¿Y el otro ámbito?
Es el privado, el de las empresas y los particulares. Ahí se han visto muestras de solidaridad muy grandes. Creo que estar encerrados nos ha hecho reflexionar y darnos cuenta de las posibilidades que tenemos y que el mundo puede ser mejor si cada uno ponemos nuestro granito de arena. Un amigo mío ha estado enviando respiradores a la India durante el verano. Ahora, en el mundo de Internet, hay mecanismos para ello. Lo difícil es si se quiere hacer de manera oficial, porque hay más trabas burocráticas y barreras políticas. Por ejemplo, la ciudadanía o la opinión publicada no va a mirar con buenos ojos que un político mande a Etiopía o Somalia cosas que aquí están haciendo falta.
Efectivamente, el papel que ha jugado Europa ha tenido sus luces y sus sombras. ¿Qué vías puede haber para superar los desafíos que ha presentado la pandemia?
En este tiempo de reflexión se ha planteado una reafirmación de si se quiere pertenecer a este club. El Brexit ha puesto de manifiesto que no es un drama que un país se vaya de la UE; que puedes tener vínculos con el continente pero si eres miembro te tienes que someter a una serie de normas. Ha habido un problema con los países del Grupo de Visegrado, porque han visto que Bruselas en el fondo no les ha despreciado por temas como la reforma de la Justicia en Polonia, sino que lo que ponía siempre encima de la mesa es que en ellos no avance la agenda LGTBI y del aborto, y que por eso les llame la atención y les pregunte si de verdad quieren ser de la UE.
El camino que la Unión tiene por delante es la Conferencia sobre el Futuro de Europa. Ya está en marcha el proceso para escuchar a la sociedad civil. Es una ocasión fenomenal para que los ciudadanos aporten sus ideas. Esto no está muy publicitado. Lo saben algunos grupos, los de siempre. Pero no entidades cristianas, que podrían hacer aportaciones en muchísimos campos; no solo de libertad religiosa o de derechos de la familia, sino desde la doctrina social. Para que luego no nos llevemos las manos a la cabeza.
Uno de los mayores desafíos a nivel global son los movimientos migratorios. Se ha descubierto el papel que muchos inmigrantes juegan como trabajadores esenciales, y algunos países han planteado regularizaciones masivas. ¿Es un cambio de perspectiva que ha llegado para quedarse?En este caso creo que no. En Europa no ha sufrido ninguna alteración lo que se tenía decidido sobre los inmigrantes antes de la pandemia. Hay un nuevo Pacto sobre Inmigración y Asilo, pero va en el mismo sentido que hace cuatro o cinco años. Lo que se ha hecho ahora es poner un poco más claro quién se tiene que hacer cargo de revisar las solicitudes de asilo. En Europa hay conciencia desde hace tiempo de que quien quiere venir a trabajar, de cualquier parte del mundo, es bienvenido. Llevamos 20 años firmando acuerdos especiales con países del entorno para que haya regímenes especiales de visado o incluso no haga falta. Lo que sí es cierto es que tenemos una capacidad limitada de absorber e integrar en el mercado a ciertas cantidades de personas, con un paro juvenil en España del 40 % y el general del 16 %. Puede parecer lo contrario, pero es una política responsable, hecha con la cabeza fría, y abierta a acoger. El nuevo pacto habla incluso de regularización.