Tenemos vivos en el alma los dolorosos sucesos del 6 de febrero, en que perdieron la vida 15 personas en Ceuta. También los que vemos estos días, en el intento de muchos hermanos de traspasar irregularmente nuestras fronteras. Son hechos que nos avergüenzan y que reclaman un esfuerzo de responsabilidad fraterna para que no se repitan. No podemos limitarnos a la denuncia profética. Hemos de buscar soluciones para evitar el dolor de los migrantes.
Hay que recordar que los emigrantes no son sólo destinatarios de la acción social, sino también hermanos en la misión evangelizadora. Junto a labor social que tan admirablemente realizan Caritas, la vida consagrada u otras instituciones, os invitamos a cuidar el servicio a la fe, y no sólo los servicios que brotan de la fe.
No se puede tratar la inmigración sólo con políticas de seguridad, con vallas y concertinas. África debe sentirse dignificada en cada rincón de sus aldeas. Produce estupor pensar que, mientras no se logre en nuestro mundo un orden económico y social más justo, estaremos expuestos a que se repitan tragedias como las de Lampedusa o Ceuta. Es necesario cambiar la lógica imperante del interés por la de la solidaridad.
Sería triste también que estas tragedias se utilizaran con fines partidistas. A los Estados les compete regular los flujos migratorios. Por eso, esperamos y deseamos que las justas medidas a tomar al abordar este fenómeno, por parte de la Unión Europea, y España en ella, permitan que ésta siga siendo reconocida como la Europa de los valores y del respeto a los derechos humanos. Lamentamos el peligroso deslizamiento de la opinión pública en países de Europa hacia posiciones xenófobas y de recelo injustificado hacia el inmigrante. Es necesario estar atentos, ante las próximas elecciones al Parlamento Europeo, para apoyar las propuestas que humanicen la política migratoria y que no contribuyan a que los hermanos migrantes sean personas abandonadas a la cultura del descarte.
Los obispos de la Comisión episcopal de Migraciones