«La belleza de Lampedusa es que cuando hay una emergencia todos se unen»
La isla italiana de Lampedusa ha vivido estos días picos de hasta 6.000 migrantes a la vez. «Esto será habitual hasta que se abran vías de ingreso regulares», sentencian desde Sant’Egidio
«Ahora mismo tenemos en el centro de acogida Contrada Imbriacola a unas 2.000 personas que han llegado en las últimas 48 horas», cuenta a Alfa y Omega Francesca Basile, responsable de migraciones de Cruz Roja. Está desplegada en la isla italiana de Lampedusa, a unos 360 kilómetros de Túnez, un punto caliente en el Mediterráneo al que llegan cada día migrantes buscando un futuro mejor. «Hoy hemos rescatado ya a 17 embarcaciones con unas 500 personas», añade. Es un día relativamente tranquilo comparado con los precedentes. «Hace dos semanas llegamos a tener a 6.000 al mismo tiempo». La situación llevó a la isla a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y a la primera ministra italiana, Giorgia Meloni. La primera presentó un programa de acción insuficiente para Meloni, que reclamó bloqueos y devoluciones. «Fue una situación de saturación muy compleja que superamos movilizando recursos de emergencia de Cruz Roja en el exterior», apunta Basile. «Aquí hubo 2.500 trabajadores por día».
La responsable de migraciones denuncia que «la capacidad oficial del centro es de menos de 400 personas» y la negativa a habilitar más espacios genera hacinamiento. «Nosotros hemos instalado una serie de carpas para asistir a la gente que llega a la playa y resguardarlos del viento», explica. «Tenemos 140 trabajadores, entre ellos sanitarios, psicólogos y mediadores lingüísticos y culturales para comunicarnos con la gente que viene de Bangladés o África subsahariana».
Uno de los programas que Cruz Roja desarrolla en la isla es Restoring Family Links, «un servicio que nace con la Segunda Guerra Mundial para mantener unidas a las familias». Cuando los migrantes llegan al centro les toman los datos, cargan sus móviles y ponen a su disposición una red wifi para contactar con sus familias. «Son todos seres humanos que han hecho un viaje peligrosísimo, se han jugado la vida y merecen tener autonomía y dignidad», sentencia Basile. Para muchos es la primera llamada en mucho tiempo y el trámite ayuda a los trabajadores a recoger información sobre otros fallecidos en el trayecto. «Nos ocupamos de los inmigrantes dispersos y las presuntas víctimas de naufragio, es importante que se garantice continuidad e individuar los casos más vulnerables».
El pueblo está volcado
«La belleza de Lampedusa es que cuando hay una emergencia todos se unen para resolverla», opina Valerio Landri, director general de Cáritas Agrigento, la diócesis en la que está la isla. La entidad ha hecho de San Gerlando, la iglesia del pueblo, su centro de operaciones. «En momentos de gran afluencia hemos repartido 1.700 comidas. Los vecinos tienen experiencia, saben cocinar y reparten ropa a los migrantes», presume. La parroquia cuenta además con una casa de acogida para un máximo de 85 mujeres con sus hijos. «Había tantas personas en la isla que decidimos reservar un espacio para protegerlas».
Aunque no todo es idílico. Según cuenta en la televisión Rai2 Carmello Rizzo, el párroco de San Gerlando, a menudo «tenemos problemas para conseguir medicinas como el paracetamol». «Es difícil pedirlo, enviamos el mensaje hace días y ha llegado ahora».
Pepe Naranjo es corresponsal de El País en África occidental. En uno de sus artículos narra la muerte en un cayuco de Doudou Diop, un prometedor director de cine senegalés. «Era un chaval de 31 años con todo el futuro por delante, su familia tenía mucha fe en él», cuenta a Alfa y Omega Naranjo, quien visitó Pikine, el barrio del joven, cuando conoció su fallecimiento.
Diop no tenía una urgente necesidad económica. Su padre, policía jubilado, le había ofrecido varios trabajos que él rechazó porque quería dedicarse al cine. No viajó a Europa en busca de una vida mejor, sino para documentar el periplo de sus compatriotas. «Había hecho documentales sobre temas muy sociales: uno sobre un vertedero donde vivía una mujer con sus hijas y otro sobre las inundaciones en la zona, por los que le habían dado un premio internacional. Estaba muy comprometido», recuerda Naranjo.
Al visitar a su familia, el periodista descubrió que Diop no había consultado a sus padres su partida. «Es habitual que los chicos no lo digan porque tienen miedo de que les digan que no». Para la familia ha sido un golpe durísimo aunque reivindican que «nuestro hijo fue hasta el final con sus sueños».
Tanto el sacerdote como el director de Cáritas han sido testigos del trayecto de un niño de 3 años que llegó a la isla después de que otro chaval, de 15, lo encontrara vagando por el desierto. El niño iba camino de Sfax, en la costa tunecina. Tras ser rescatados por la guardia costera, los dos menores atracaron en el muelle de Favorolo, el más utilizado del pueblo. Tras un examen rápido de la Cruz Roja y Save the Children, el niño fue derivado a la casa de acogida de San Gerlando. «Ahora está con una familia», adelanta el director de Cáritas. Ha sido un trámite de acogimiento extraordinariamente veloz coordinado por el Juzgado de Menores de Palermo, que intenta reaccionar a que un total de 1.000 menores no acompañados hayan desembarcado en Sicilia en las últimas semanas.
Daniela Pompei, responsable en Italia de los servicios a migrantes en la Comunidad de Sant’Egidio, pide abandonar la lógica alarmista ante las llegadas a Lampedusa y abordarlas con el rigor necesario, pero nunca creando un clima de miedo. «La llegada de 130.000 personas a un país con 60 millones de habitantes no es en absoluto una invasión», argumenta. Propone «darse cuenta de que este es un suceso habitual en Italia y lo será hasta que se abran vías de ingreso regulares abiertas a un mayor número de personas». Pompei, que es también asesora del departamento de Asuntos Sociales del Consejo de Ministros de Italia, recuerda que las migraciones «no son un problema que explote ahora; llevan dándose 30 años». «Italia, España o Grecia son la entrada a Europa, pero luego los migrantes van a Francia o a Alemania, donde están sus familias». Por ello exige «solidaridad entre los países de Europa» y «respuestas regulares y más complejas». Pide «acelerar los permisos de trabajo» y denuncia que Italia no está cumpliendo con los decretos de flujo que señalan cuántos extracomunitarios pueden entrar a trabajar. En los últimos tres años podrían haber accedido legalmente al país 198.855 personas. No se ha alcanzado esa cifra porque «la burocracia es demasiado lenta».