Anne Lécu: «La Iglesia no debería pensar en reclutar a toda costa»
En 2004, una reclusa dio a luz con las esposas puestas en la cárcel parisina de Fleury-Mérogis. Cuatro años más tarde los internos de esta prisión —la más grande de Europa, donde los suicidios no son casos aislados— grabaron con una cámara oculta la suciedad y el hacinamiento de sus condenas. La religiosa dominica y médico Anne Lécu lleva más de 20 años dando alivio moral y físico a estas personas.
Como monja ha dedicado su vida a las prisiones. ¿Por qué?
Soy médico de familia y trabajo en la cárcel femenina desde hace 26 años como asalariada del sistema de sanidad público francés. No estoy aquí por ser monja, sino como sanitaria. Pero esta experiencia me ha llevado a leer la Biblia, a vivir y a hablar de mi fe de otra manera.
¿Existen enfermedades específicas que se desarrollan por vivir en una prisión?
Hay síntomas ligados al encarcelamiento. La capacidad visual queda limitada cuando se está tanto tiempo encerrado sin ver el horizonte. Algunas mujeres engordan por falta de ejercicio. A otras les desaparece la regla. También hay enfermedades ordinarias (hipertensión, diabetes) y otros trastornos ligados a la ansiedad y al insomnio.
¿Es fácil trabajar con estas mujeres?
Las mujeres que atiendo arrastran en muchas ocasiones un pasado difícil, con violencia, sobre todo de tipo sexual. Esto se traduce en muchos casos en desconfianza y en un estado de descreimiento y falta de esperanza crónicos, porque han sufrido mucho. Lleva tiempo intentar construir una relación de confianza.
¿Alguna en particular le ha marcado?
No voy a contar sus vidas, pero muchas están en prisión por haber cometido delitos bastante graves. Sin embargo, siempre me sorprende su capacidad de ser generosas o pacientes. Su resistencia me impresiona mucho.
¿Qué es lo peor de la cárcel?
El aislamiento. La sensación de estar atrapado en un túnel negro sin salida y de estar en el lado equivocado del mundo.
Otro problema de las cárceles es el hacinamiento. ¿Hay solución?
La única manera de reducir la reincidencia es adaptar las condenas a cada caso. Los magistrados y los secretarios judiciales deberían emplear parte de su tiempo en estudiar y proponer alternativas al encarcelamiento. Todos los estudios serios han demostrado que no existe correlación entre la delincuencia y la tasa de reclusos. No debemos tratar este tema con un filtro ideológico, de derechas o de izquierdas. Hay que ser pragmáticos: en las penas cortas, la cárcel hace más mal que bien.
¿Cómo explica el descenso actual de las vocaciones religiosas?
No quiero buscar las razones. La Iglesia no debería estar pensando en reclutar a toda costa. La única pregunta importante para mí es: ¿estoy buscando auténticamente a Cristo en los demás? Creo que debemos preocuparnos más por los perdedores y menos por nosotros mismos como institución.
¿Ha encontrado la respuesta a la presencia del mal o de la injusticia en el mundo?
No hay respuesta, solo espanto: cualquier motivación sería una mentira y, lo que es peor, un insulto a los que lo sufren y también a Dios. Nos lo dice la Biblia cuando habla de Job. El inocente que sufre y se presenta con inocencia ante Dios habla bien de Dios. Haríamos bien en meditar sobre esto en un momento de tan grandes escándalos sexuales y abusos de poder en la Iglesia actual.
¿Cómo hablar de Cristo a personas que no tienen esperanza y lo han perdido todo?
Esta es una pregunta para los capellanes. Yo creo que la cuestión no es hablar de Cristo, sino estar ahí, acompañar e intentar escuchar sus súplicas hasta donde sea humanamente posible llegar. Esto es lo más difícil; yo todavía no lo he conseguido.