Andreu Navarra: «Hay alumnos de ESO que no han leído ni un solo clásico»
Profesor de Lengua y Literatura en un instituto y docente en la Universitat Oberta de Catalunya, acaba de publicar nuevo libro, Prohibido aprender (Anagrama), donde analiza las leyes de educación de la democracia, así como los principios pedagógicos que imbuyen la escuela de hoy. Es muy crítico con el extendido modelo competencial, que considera «un experimento de ingeniería social, no pedagogía».
¿Han servido para algo las ocho leyes educativas de la democracia?
La LODE aumentó mucho el presupuesto. La LOGSE tenía un sentido extensivo de la educación comprensiva, pero fue perjudicial por la falta de financiación y porque empezó a acusar a los docentes de no saber conectar con la sociedad. Ahí empezó la devaluación del conocimiento y la persecución de los contenidos académicos. Con la LOE (2006), se empiezan a aplicar en crudo las recomendaciones europeas, que continúan con la LOMCE y la LOMLOE.
Se refiere a la educación por competencias. ¿Por qué es tan perjudicial?
No viene de abajo, es una imposición vertical de una metodología. Un sistema educativo ha de estar vivo y ser sensible al entorno. No puedes coger una idea que se cocinó en Estados Unidos en 1957 y a través de una asamblea política de hace 20 años presentarlo como una innovación. No lo es, es conductismo. Ahora también se insiste en la educación por inteligencias múltiples. Pero es un bulo, pues su creador se retractó.
¿Qué le parece que se pueda promocionar con varios suspensos?
En España repite demasiada gente y, además, mucha es población desfavorecida. Este es un problema real, pero la propuesta de mejora es peor: la promoción automática, como en Cataluña. ¿Y qué ocurre allí? Que nadie hace nada en la ESO. Se eliminan las herramientas para movilizar el aprendizaje, pero no se presenta otra alternativa. Hay que bajar las ratios de alumnos por clase y contratar a más profesores. Esa es la medida democrática. Hasta ahora presentan un pedagogismo muy vistoso, pero es happycracia y clasismo. Es una catástrofe para un alumno pobre que su título no valga nada, porque se va a quedar en la posición de inicio. El Estado debe garantizar que la escuela gratuita alfabetiza plenamente. Tenemos que reivindicar la ortografía, la lectura, los libros de texto…
Usted defiende el modelo de Soria, donde los resultados del Informe Pisa son muy buenos.
En ciudades como Madrid o Barcelona, con grandes bolsas de pobreza, hay centros donde ya no se trabaja. Los docentes tenemos que ver cómo los alumnos invierten en criptomonedas con el ordenador de clase y luego se ponen a caminar con las manos. En Soria se integra a la población y luego se dividen en dos los grupos grandes. Para eso se necesita no recortar en profesorado, sino confiar en los docentes, que no son los fascistas sádicos que pintan y que no tienen nada de elitistas. Lo elitista es no dar clase o creer que con globos y páginas web vas a poder crear una ciudadanía informada. Hay que reabrir las bibliotecas, refinanciar los laboratorios y hacer una cultura seria. La educación no puede ser posmoderna.
Señala en su ensayo que ahora se evalúan juegos y audios de WhatsApp y hay menos presencia de la literatura.
Tenemos alumnos que pasan por la ESO y no han leído ni un solo clásico. ¿Qué tipo de sociedad va a salir? No tiene los más mínimos referentes colectivos, no hay nada, es nihilismo. La educación para la vida, para las emociones, te la dan leer, las humanidades, los clásicos, la ética…
¿Hemos sucumbido al emotivismo?
Es una religión civil y sobre su base se están realizando reformas autoritarias. Los contenidos no excluyen la empatía ni los valores emocionales. Ahora bien, el emotivismo sí excluye los contenidos.
¿Cuál es su propuesta pedagógica?
Lo mejor es un sistema híbrido, que innove, pero no destruya su columna vertebral. Las clases que más disfruta el alumno son las magistrales. Con debate, con la posibilidad de sentirse importante e informado. Tenemos que trabajar para que el alumnado aprenda y no seguir engañando con grandes titulares y pedagogías megalómanas.