Andrés Ollero: «El laicismo acaba siendo una confesión religiosa»
PáginasDigital publica la segunda parte de la entrevista a Andrés Ollero, en la que el magistrado del Tribunal Constitucional se refiere a la aconfesionalidad del Estado español. El laicismo ya no considera que hay que perseguir a la religión ni cree que sea ya el opio del pueblo», pero sí «el tabaco del pueblo», es decir: «fume usted poquito y en su casa». Y eso —advierte— «empobrece la vida democrática»
¿Cómo se debe entender la aconfesionalidad del Estado español?
El Tribunal Constitucional ha señalado que nuestra Constitución defiende una laicidad positiva, lo cual quiere decir que hay una laicidad negativa, que es la que entiende por laicidad la separación entre los poderes públicos y cualquier elemento de tipo religioso, mientras la laicidad positiva es algo tan simple como considerar que la religión, como tantos otros factores sociales, es algo positivo en la vida social, como el deporte, como la música, como la literatura, algo que enriquece sin perjuicio de que haya melómanos y otros a los que la música los trae sin cuidado. Esto no es algo que sólo defienda la Iglesia católica, autores que hoy día son decisivos en la filosofía política internacional, como John Rawls o Habermas, reconocen claramente que, sin las aportaciones de las confesiones religiosas, la vida social y la democracia se empobrece.
¿Qué jurisprudencia tenemos para sostener la laicidad positiva?
Hay muchas sentencias. Yo antes de ser magistrado del Tribunal Constitucional, he dedicado a ello un libro que se titulaba España, un Estado laico, donde analizo toda la jurisprudencia constitucional española sobre la libertad religiosa, el artículo 16, donde a diferencia de lo que dice el laicismo de que hay que separar los poderes públicos de los fenómenos religiosos, nuestra Constitución dice es que los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación —por lo tanto, algo activo— con la Iglesia católica en concreto y con las demás confesiones religiosas, al igual que los poderes públicos fomentan el deporte, el ocio y el esparcimiento de los jóvenes, etc., todo aquello que hace a una sociedad más dinámica y más rica.
¿Es una anomalía el artículo 16.3 cuando habla de colaboración?
No, al contrario, yo creo que es un gran hallazgo desde el punto de vista constitucional y democrático. No es una cuestión que se dé sólo en España, por ejemplo, también en textos constitucionales de Alemania, que es un país federal, en alguno de los Länder se recoge esa misma mentalidad. En Alemania hay Facultades de Teología en las Universidades públicas; aquí resulta que hay una capilla en una Universidad pública y se convierte en un problema. Yo creo que esto es muy típico del laicismo, el laicismo acaba siendo una confesión religiosa: sólo cuando se considera que lo público es algo sagrado, se entiende que el que haya una capilla en una Universidad pública es una profanación. En Alemania hay facultades de Teología en las Universidades públicas, por eso hacía esa broma Benedicto XVI en Regensburg cuando comentaba que había allí un catedrático compañero suyo cuando él era profesor que decía: «Aquí en esta Universidad tenemos dos facultades dedicadas a algo que no existe, que es Dios». Eso es lo normal. Yo creo que aquí con esa historia del nacional-catolicismo acabamos siendo muy raros.
¿Qué papel puede desempeñar la religión en una sociedad plural y democrática?
Autores agnósticos, como los que he citado, Habermas o Rawls, entienden que las confesiones religiosas pueden y deben aportar razones a la hora de organizar la vida pública y entienden que, si se prescindiera de esos elementos que tienen una vinculación religiosa, se empobrecería lo que alimenta el diálogo democrático. Por tanto una actitud laicista que obliga a esconder lo religioso, que no considera ya la religión como el opio del pueblo y que hay que perseguirla, pero sí la considera el tabaco del pueblo, fume usted poquito y en su casa, eso empobrece a la vida democrática, sobre todo en un momento, y esto Habermas lo dice muy claramente, en que no sobran razones precisamente en el ámbito público, se razona muy poco. Y Habermas, por ejemplo, a quien le preocupan los elementos relacionados con la biotecnología, la eugenesia, la bioética para entendernos, está convencido de que, de Wall Street, no van a venir los elementos éticos necesarios, y aunque él es agnóstico, tiene la esperanza de que las religiones aporten razones que permitan solventar problemas tan graves en defensa de la vida humana.