Amor Pan: «¿Tiene sentido vacunar a los niños antes que a los sanitarios de África?»
Más de un año después de escribir Bioética en tiempos del COVID-19, el coordinador del Observatorio de Bioética de la Fundación Pablo VI, ha publicado una nueva edición, revisada y ampliada
¿Qué novedades incluye esta segunda edición?
Por desgracia, he constatado que estaba en lo cierto: no hemos aprendido nada de la crisis de la COVID-19. Es fuerte, pero hablo de la contumacia, de la perseverancia en el error. La gestión de la crisis ha seguido cayendo, por un lado, en la falta de transparencia y, por otro, en no querer reconocer los propios fallos. En el nuevo capítulo final, ahondo mucho en cómo esto está provocando que la ciudadanía pierda la confianza en los gestores públicos. Eso es muy grave, y está llevando a algunos autores a alertar de que está en peligro el propio concepto de democracia, porque hace que aumenten las políticas populistas y que la gente quiera estados más fuertes. No podemos hablar ya solo de una crisis sanitaria; esta está dentro de una crisis global de gobernanza.
¿Ve alguna novedad en esta sexta ola? ¿No es una buena noticia que ante la explosión de casos no se esté produciendo la gran debacle sanitaria que se temía?
Una debacle está siendo. El hospital de La Coruña está cancelando operaciones porque ya tiene cinco plantas con COVID-19. No ha sido un colapso absoluto porque las vacunas protegen contra la sintomatología grave. Pero se sabía que iba a haber una explosión de casos que llegaría a los hospitales a mediados de enero. Vamos a pasar dos o tres semanas muy malas en los centros hospitalarios. Los datos que se dan de ocupación de UCI no son reales. Todavía son manejables porque se han inventado camas. Pero entonces ya no puedes operar.
Una de las grandes novedades en este año ha sido la llegada de las vacunas. Ha sido también uno de los temas que han suscitado más polémica.
Ha faltado transparencia (aún no sabemos lo que nos cuestan) y una buena información sobre cómo se han obtenido y cómo se preveía que podían funcionar o no. Todo eso se ha manejado muy mal. Y luego, ha habido un acaparamiento. Es vergonzoso que se hayan tenido que quemar cientos de miles de dosis porque han caducado, y que nosotros estemos hablando ya de una cuarta dosis sobre la que ni siquiera los inmunólogos se ponen de acuerdo, cuando África no tiene vacunado ni siquiera a todo su personal sanitario. Hemos jugado miserablemente. Occidente no se ha dado cuenta de que si no vacunamos al tercer mundo la pandemia no va a terminar, porque el virus va a seguir mutando. Y tendremos lo que ahora: gente harta, que piensa que esto no se acaba nunca y empieza a dudar de la eficacia de las vacunas.
Nunca ha faltado la gente que dudaba.
Pero ahora tienen más altavoces, que además son recalcitrantes y niegan la evidencia de los hechos: quien está copando las camas de UCI y muriendo es mayoritariamente gente sin vacunar.
¿Qué criterios ofrece la bioética ante debates como la obligatoriedad o las presiones para vacunarse la vacunación a niños?
Si yo tuviera niños, sería el primero que los hubiera llevado a vacunar. Si haces una bioética que considera el problema solo desde los límites nacionales, te puede decir que ante una pandemia el Estado tiene la potestad de la vacunación obligatoria, y que es bueno vacunar a los niños. Pero, ¿es razonable vacunarlos, cuando apenas tienen sintomatología, mientras no tienes vacunado al personal sanitario en África? Hay que enseñar a la opinión pública que los problemas en este momento son globales, porque luego vamos a tener que tomar medidas también muy duras con el tema del cambio climático.
La Pontificia Academia para la Vida afirmó que la vacunación debía ser voluntaria. ¿No resulta contradictorio con medidas como el pasaporte COVID?
Lo que ha dicho es que siempre es mejor la persuasión. Tenemos que tratar a las personas como adultos y darles razones. Ahora bien, llegado un determinado momento, si la gente se empecina en no vacunarse, la sociedad tiene derecho a tomar medidas para protegerse. Esa es la razón de ser del pasaporte COVID. En la ética médica existe el criterio de salud pública. La obligación de no hacer daño, santo y seña de la ética médica clásica, obliga en el nivel micro y en el macro. Por tanto, tengo obligación de no hacer daño al conjunto de la población, y esta tiene derecho a defenderse.
¿Cómo explica que esta reticencia a las vacunas se concentre en algunos sectores de la Iglesia?
Son sectores absolutamente minoritarios, que evidencian un gran desconocimiento de los datos más elementales de la cuestión. Por ejemplo, confunden el ARNm con el ADN o hablan de terapia génica y los genetistas se echan las manos a la cabeza. Hay mucha arrogancia, una visión teológica que no se corresponde con una sana teología, y poco aprecio por las enseñanzas del magisterio actual de la Iglesia. Basta que el Papa Francisco o que Vincenzo Paglia, [presidente de la Pontificia Academia para la Vida], digan blanco, para que ellos digan negro. Además, en los sacerdotes esto es una gravísima irresponsabilidad que atenta contra el quinto mandamiento.
Usted ya pidió que se repensara el modelo de asistencia a los mayores. ¿Una voz en el desierto?
Todo el mundo compró el discurso, pero no tenemos cambio ninguno y las residencias vuelven a estar a reventar. Esto ha sido una sorpresa para mí, pues pensaba que habría más reticencia. Tampoco en la atención primaria sanitaria se ha hecho nada. Los médicos están enfadados y cansados. No he visto tanta gente jubilándose a los 65 años, sin prolongar su vida laboral, como estos meses. Y ocurre en todas las autonomías.
Sigue apelando a una bioética global, afectiva y efectiva.
Es un imperativo de supervivencia. Si no, lo vamos a pasar muy mal, porque se está generando mucha frustración y mucho sálvese quien pueda. Si no se trata adecuadamente la patología mental, que sabemos que se ha incrementado notablemente, va a generar problemas sociales. La crisis económica es galopante. Todo eso es bioética también.
¿Cómo se habría gestionado esta crisis desde esa bioética?
Primero, desde la honradez de reconocer que no lo sabemos todo, y que como hay que ir tomando decisiones y hay incertidumbre, nos podemos equivocar. Pero aquí nadie lo reconoce, únicamente Angela Merkel en diversos momentos.
En segundo lugar, hay que huir de las polémicas partidistas en las que están cayendo todas las opciones políticas. Hay mucho ruido, y es difícil generar la cultura del encuentro que hace falta para afrontar esto. También hay que tener coraje, decir a la opinión pública la verdad, sin infantilizarla. Verdades como que no teníamos la sanidad pública tan fuerte que pensábamos; que la aplicación de la ley de dependencia era muy deficitaria. Y que si queremos que esos dos pilares básicos del Estado de bienestar funcionen, hay que dedicarles recursos.
Por último, hay que recuperar una ética de la virtud, para los servidores públicos y para la ciudadanía. Esta no puede exigir una integridad si no está dispuesta a darla ella. Y no hemos avanzado. Lo vemos en el incremento notable de comportamientos violentos contra el personal sanitario, en que el fraude fiscal no ha disminuido sino más bien al contrario…