Junio es el mes del Sagrado Corazón de Jesús, un Corazón traspasado por nuestros pecados pero henchido de amor al Padre y a la Humanidad. En efecto, la solemnidad del Corazón de Jesús expresa el amor del Hijo al Padre, a los planes que el Padre tiene sobre Él y para Él, y que serán la razón de todo su vivir en este mundo. Cristo ha sido enviado y ha venido al mundo para cumplir la voluntad del Padre. El Padre, para Cristo, lo es todo. Por eso, cuando Dios Padre prepara el plan de salvación para los hombres, y en él entra como protagonista central el Señor, Éste no hace sino pronunciar su incondicional, total y continuo Sí al plan redentor: «Padre, si quieres, aparta de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».
El Corazón de Jesús expresa también el amor que Cristo tiene a los hombres. Sí, Él ha sido enviado por el Padre al mundo para ofrecer a los hombres la salvación: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados». Él ha venido al mundo para entregar su vida por amor a los hombres; el plan divino lo cumplirá hasta el final, hasta el extremo de entregar su vida por nosotros; por eso, podrá decir: «Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por su amigos; vosotros sois mis amigos».
El amor de Cristo a los hombres es un amor de entrega, de servicio, de perdón, de predilección, especialmente hacia los pobres, los enfermos y necesitados. Cristo ama a los pecadores; manifiesta un profundo amor de amistad hacia los discípulos; es capaz de predicar —¡y de realizar!— el amor a los enemigos. De este modo, se convierte para nosotros en un modelo de amor a todos y nos marca el camino que hemos de seguir para ser sus discípulos, entregando nuestra vida al amor a Dios y a los hermanos.
Él es el auténtico modelo que hemos de imitar y encarnar en nuestra vida si queremos, de verdad, ser discípulos y seguidores suyos; siguiendo el ejemplo de Jesús, debemos olvidarnos de nosotros mismos para centrarnos en la entrega amorosa a lo que el Padre nos pida y a lo que el amor a los demás nos exija.