Amor espiritual a los libros - Alfa y Omega

Amor espiritual a los libros

Maica Rivera

La palabra griega filobiblon (amor por los libros), utilizada por los romanos, da título a este pequeño tratado medieval escrito en latín que rescata Trama (ninguna editorial más legítima para ello) con traducción del literato y latinista Baruch Martínez Zepeda, y exhaustivo exordio del historiador, teólogo y escritor Camilo Ayala Ochoa –«respiramos libros para evitar languidecer»–. Se trata de un texto capital de la época sobre el cuidado de los libros, su preservación y la correcta administración de una biblioteca, redactado casi al final de su vida por Ricardo de Bury (Bury, Reino Unido, 1287 – Bishop Auckland, Reino Unido, 1345), también conocido como Richard Aungerville, que fue monje benedictino y obispo de Durham, tutor del futuro rey Eduardo III, canciller y tesorero del reino.

Como apasionado bibliófilo, De Bury aborda, en 20 capítulos, temas dispares que comienzan con una oda a los libros, ensalzados como valiosa fuente de sapiencia. No falta el tratamiento de algo aparentemente más mundano como el precio de los libros, pero que De Bury eleva. Es «aleccionador, apologético y celebratorio», como bien apunta Ayala Ochoa. Es decir, hoy nos abruma tanto como deleita con su fervor.

Sin abandonar la glosa retórica, recomienda dónde encontrar los libros, cómo guardarlos y conservarlos; se queja del maltrato que a los libros les provocan los clérigos y estudiantes, insiste en la adecuación de los enseres de las bibliotecas, establece normas para su préstamo, y alza así su obra como el primer manual para bibliotecarios de la historia. Hay referencias a libros de artes liberales, libros de derecho, narraciones de poetas, obras de los antiguos, estudios de los modernos, nuevos libros de gramática, libros viejos y libros recientes; y todas y cada una de estas alusiones se ensartan en un discurso que sostiene la mirada en las alturas y concluye siempre «felizmente para alabanza de Dios y amén».

Para De Bury, los libros son «utensilios de oro de la casa de Dios, las armas de la milicia de los clérigos con las cuales son destruidas las flechas del Maligno». Lo sentencia al término del primer capítulo –«Cómo el tesoro de la sabiduría está principalmente en los libros»–, tesis subyacente en lo sucesivo. No baja el diapasón en el cierre del siguiente capítulo –«Qué clase de amor, según la razón, se debe a los libros»–: «Todo aquel que se confiesa un celador de la verdad, la felicidad, la sabiduría o la ciencia, o también de la fe, es necesario que se confiese un amante de los libros». Sigue la misma estructura hasta el final; sirva como último ejemplo la arenga de colofón del quinto capítulo –«Queja de los libros contra los monjes que tienen posesiones»–: «Venerables padres, dignaos acordaros de vuestros padres y consagraos con mucha premura al estudio de los libros, sin los cuales vacilará cualquier religión, sin los cuales la virtud de la devoción se seca, como una teja, y sin los cuales no podréis ofrecer ninguna luz al mundo».

Es importante notar que en el Medievo fue muy común la representación del libro como el objeto que porta el Pantocrátor, Cristo todopoderoso o Cristo en majestad. Qué bien y qué bonito lo explica Ayala Ochoa en la contextualización que realiza de obra y escritor, en el marco de una visión de Dios como autor del gran libro de la creación, de la metáfora del libro de la vida y del mundo, que tiene ecos agustinos y cobra fuerza en el Renacimiento.

Su ilustrativa cronología, de los amanuenses a los actuales libros incorpóreos, revela cómo la humanidad ha ido cambiando su apreciación del libro como objeto, a la vez que el valor de la lectura como motor de vida interior y espiritual viene permaneciendo inalterable.

Filobiblon
Autor:

Ricardo de Bury

Editorial:

Trama

Año de publicación:

2021

Páginas:

144

Precio:

17 €