Amigos del pueblo, gracias a su fe - Alfa y Omega

Desde que el régimen comunista expulsara a todos los sacerdotes y obispos extranjeros en 1951, las fuentes oficiales chinas han acusado siempre a los misioneros católicos de haber formado parte de una «quinta columna» del imperialismo occidental. Esta agresividad tuvo su culmen en octubre de 2000, cuando Juan Pablo II procedió a la canonización de 120 mártires chinos, hecho que irritó profundamente al gobierno de Pekín, más aún por coincidir la fecha de la ceremonia con la fiesta nacional de la República Popular. Por todo ello no deja de sorprender que la Academia de las Ciencias Sociales, el mayor centro de investigación histórica y social de la República Popular China, haya rendido homenaje recientemente, y por primera vez, a un grupo de misioneros católicos protagonistas de la denominada «Masacre de la iglesia de Zhending».

Dicho acontecimiento ha merecido un congreso desarrollado a finales de octubre en el que han intervenido académicos, políticos y eclesiásticos, siempre bajo la atenta mirada de la autoridad comunista.

El 9 de octubre de 1937, el obispo holandés Frans Schraven, Vicario apostólico de Zhending (provincia de Hebei), y otros ocho misioneros (siete sacerdotes paúles austríacos, franceses y polacos, y un trapense francés), fueron cruelmente asesinados por defender a doscientas jóvenes chinas que los soldados japoneses querían convertir en esclavas sexuales. Los misioneros habían acogido y protegido en el terreno de su iglesia a unos mil desplazados. Durante una dramática negociación, los misioneros ofrecieron a los japoneses provisiones pero rechazaron de plano entregar a las muchachas bajo su protección.

Con la documentación sobre la mesa, la institución ha declarado a estos hombres «amigos del pueblo chino». Además los académicos han explicitado que estos misioneros no se movieron así por un vago sentimiento humanitario o por querer convertirse en héroes, sino simplemente por su fe cristiana. El profesor Li Qiu Ling, de la Universidad del Pueblo de Pekín, ha insistido precisamente en la identidad de los misioneros: «la razón profunda por la que no se echaron para atrás, en ese trágico tiempo que China estaba afrontando, radica precisamente en su fe».

Durante la conferencia también se hizo patente que el presidente Xi Jinping ha conocido la historia del sacrificio del obispo Frans y sus compañeros, habiendo quedado impresionado por ella. Algunas intervenciones, y esto es aún más llamativo, han valorado también la contribución general de los misioneros católicos al desarrollo de la sociedad china, sobre todo en los campos educativo, cultural y sanitario, lo cual es una auténtica novedad en los círculos oficiales chinos. Por otro lado no se puede negar que el control de los asuntos chinos por las potencias occidentales durante los siglos XIX y XX afectó negativamente a la dinámica misionera, como denunció con amargura el primer Delegado pontificio en China, monseñor Celso Constantini, en 1920.

Foto: AsiaNews.

Sin embargo el hecho de que estos occidentales, movidos por su fe cristiana, hayan querido compartir libre y decididamente la suerte dramática de la población, parece haber roto por primera vez en las esferas oficiales el tabú de que el cristianismo es un mero producto occidental, un cuerpo extraño para la sociedad china. En Zendhing se pudo apreciar que la fe abraza la circunstancia histórica en cualquier lugar, podríamos decir que «se hace china con los chinos», si bien al mismo tiempo conecta la realidad china con un horizonte universal (católico). Es esto lo que desde hace años tratan de explicar, no siempre con éxito, los representantes de la Santa Sede a los líderes de Pekín, en un diálogo extenuante y lleno de sinuosidades y revueltas.

¿Cabe interpretar el reconocimiento de la Academia a estos misioneros como una señal positiva cara a las relaciones diplomáticas entre China y la Santa Sede, y sobre todo, para el reconocimiento y la seguridad de la misión de la Iglesia en China? ¿Estamos ante un gesto político sutil y calculado, o verdaderamente se ha abierto camino una comprensión diferente de la naturaleza del cristianismo y de la Iglesia? Las opiniones, como siempre sucede en este tema, son discordantes y apasionadas. Sólo el tiempo permitirá clarificar la respuesta, pero la verdad es la verdad, y no vamos a enfadarnos porque Pekín la reconozca.