Comenzábamos el nuevo mes de junio cuando recibía la triste noticia de que había muerto la tía Primi (o Cristina, su nombre en la congregación). Es hermana de mi padre, hija de una familia numerosa de la que salieron tres religiosos. Ella, religiosa de la Congregación de las Hermanas de Jesús-María, ha fallecido con 91 años y siempre fue un alma orante por las misiones. Ella, que no pudo realizar su sueño de ir a la misión, pero que rezó día y noche por los misioneros y en especial por su sobrino Rafa: «Querido sobrino, he recibido tu carta y revistilla, que tú sabes que me da mucha alegría. Así, leyendo todo lo que vais haciendo y todo lo que falta por hacer, me siento un poco más misionera, ya que siempre lo quise ser. Pero a veces el Señor da el deseo y luego pide que lo sacrifiques. Así es, a veces desconcertante, pero siempre maravilloso».
Recuerdo su carta tras la muerte de mi padre: «Fue un hombre bueno y generoso, creo que estará muy alto en el cielo y eso es motivo de consuelo para todos. La vida sigue, y para ti he podido comprobar que muy movida. El Señor te ha dado salud y espíritu, y un vasto campo para esparcir su semilla y tienes que aprovechar, pues estás en el mejor tiempo para hacerlo; solo nos manda sembrar, de lo demás ya se ocupa Él, aunque a veces también nos deja ver los frutos, como has podido experimentar con la ordenación de los cuatro diáconos. Me dio mucha alegría y los encomendé al Señor para que perseveren y lleguen hasta el final. No me pasa ni un día sin que rece por los sacerdotes y por los seminarios».
Por ello afirmo que fue un alma orante y sacerdotal y llevó en sus últimos años la cruz de su enfermedad sin hacerlo notar hasta morir como el que duerme en santa paz, con la sonrisa en sus labios por la salvación de las almas y de los sacerdotes misioneros. Estemos donde estemos somos misioneros, evangelizando con nuestro testimonio cristiano, dando alegría y esperanza como lo hacen hoy tantos en todo el mundo. Cristo misionero nos quiere misioneros.