«Allí donde se aprueba la eutanasia crecen los suicidios»
El director del Centro de Bioética Anscombe, en Oxford, ha publicado en Journal of Ethics in Mental Health un estudio que relaciona la eutanasia con el aumento del suicidio en Occidente
A David Albert Jones, director del Centro de Bioética Anscombe, de la Universidad de Oxford, tanto el tema del suicidio como el de la eutanasia le tocan muy de cerca. En el pasado conoció a varias personas que intentaron acabar con su vida, e incluso un conocido suyo enfermo hablaba de «ir a Suiza» para acogerse al suicidio asistido. «Siempre me pareció que el debate mediático sobre la eutanasia alentaba los pensamientos suicidas de esta persona», afirma Jones. También conoció a otra con discapacidad que finalmente se suicidó: «Su muerte fue una tragedia, y me enfadó pensar que, en algunos países, el Estado podría haber alentado o ayudado a ejecutar su suicidio». De este modo empezó a sospechar que «si se facilitaba el acceso al suicidio asistido, era probable que muriera mucha más gente». Al mirar las estadísticas, «esto resultó ser cierto».
Jones acaba de publicar sus conclusiones en la revista especializada Journal of Ethics in Mental Health, un referente internacional en la investigación de la salud mental. En su estudio desmonta la idea difundida por organizaciones favorables a la eutanasia de que su legalización en realidad salva vidas. Al contrario, «allí donde se aprueba la eutanasia crecen los suicidios», demuestra el director del Centro de Bioética Anscombe de la Universidad de Oxford.
En la actualidad, la eutanasia –la práctica por la que un profesional sanitario provoca la muerte de una persona que ha pedido ayuda para morir– es legal en siete países: Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Colombia, Canadá, España y Nueva Zelanda. En otros siete –Suiza, Austria, Japón, Alemania, Italia y algunos estados de Australia y Estados Unidos– lo que está despenalizado es el suicidio asistido, en el que es la propia persona que desea morir la que pone fin a su vida mediante un fármaco letal suministrado por un médico. En todos ellos, la tolerancia hacia la muerte voluntaria está asociada a un aumento de los suicidios en general, afirma el investigador.
Los datos de Estados Unidos, por ejemplo, muestran un aumento del 6,3 % de suicidios totales en los estados donde el suicidio asistido es legal. Y Holanda, el país con la trayectoria más larga de eutanasia en Europa, experimentó el mayor aumento de suicidios no asistidos en el continente entre 2001 y 2016: de 9,1 a 10,5 por cada 100.000 habitantes.
Las cifras son un exponente de que la eutanasia y el suicidio asistido «están asociados a un aumento significativo en el suicidio total –incluido el asistido– y ninguna reducción en el no asistido».
Y no solo eso. Según el estudio, en los países que han legalizado la eutanasia o el suicidio asistido, las cifras de quienes los solicitan crecen año tras año, incluso en países que los aprobaron hace 20 años o más. «La práctica comienza como una excepción, pero gradualmente se convierte en norma, como un tren fuera de control», dice Jones.
Como muestra, David Jones ha encontrado que en países como Bélgica hay muchas personas «que son asesinadas por médicos sin consentimiento, más de 1.000 al año». Y en Holanda «se ha vuelto legal administrar una inyección letal a alguien con demencia, aun cuando parezca feliz con su vida e incluso si se opone a la inyección letal».
Al mismo tiempo, el estudio introduce una preocupante perspectiva respecto al sexo de quienes piden acabar con su vida: «Son las mujeres las que corren mayor riesgo de muerte prematura. La eutanasia siempre tiene un mayor efecto proporcional sobre ellas».
Todo esto ha llevado a Jones a concluir que la eutanasia y el suicidio asistido «cambian la cultura», porque refuerzan la idea de que algunas personas estarían mejor muertas, o, peor aún, que la sociedad estaría mejor si algunas personas estuvieran muertas».