Al rescate de la «herencia viva» de la clausura
El bordado en oro, el gregoriano o algunas recetas son elementos del patrimonio inmaterial de las comunidades monásticas
que DeClausura trata de conservar
«Nosotras trabajamos el bordado en oro desde siempre, y nunca lo hemos cambiado en nada, aunque el hilo de oro de ahora no sea el mismo que el de antes», afirma sor Javier, una de las bordadoras del convento de clarisas de Castil de Liences, en Burgos.
Concretamente, el bordado en oro «es algo que ya hacían los árabes y que nosotras hemos mantenido hasta hoy», cuenta. La comunidad conserva también otros tesoros, como el modo de hacer medallones en oro que idearon los monjes de Guadalupe en el siglo XVI, o la forma de bordar sobre malla y puntilla. «Antiguamente las monjas incluso sembraban el lino y al cosecharlo sacaban el hilo. Hasta tenían su propio batán», relata.
Desde que las clarisas se instalaron aquí en el siglo XIII, los patrones y formas de bordar y coser se han transmitido de forma oral de una monja a otra durante generaciones. «Las jóvenes al venir no sabemos ni ponernos el dedal», bromea. Por eso, todo este legado durante siglos lo han mantenido «a base de años de aprender y mucha paciencia. Esto no se conoce en un libro, sino estando al lado de otra monja durante horas».
Las clarisas de Castil de Liences son una más de las comunidades que participan en el Estudio sobre el patrimonio inmaterial de las comunidades monásticas, conventuales o cenobíticas de España que está realizando la Fundación DeClausura en colaboración con el Ministerio de Educación.
«Tratamos de identificar y proteger elementos del patrimonio intangible que custodian desde tiempos inmemoriales multitud de comunidades contemplativas en España», afirma Cecilia Cózar, responsable del Área de Proyectos de la Fundación DeClausura.
Así, de forma laboriosa están recopilando información sobre partituras de cantos antiguos, recetas que se han mantenido inamovibles de hace siglos, patrones de bordado o incluso un peculiar lenguaje de signos que tenían los benedictinos en el siglo X para poder preservar el silencio en comunidad.
Todos estos elementos «hacen permanecer viva una experiencia religiosa de tipo estético en la que intervienen diferentes referencias sensoriales: auditivas, visuales, táctiles, odoríferas y gustativas», asegura Cózar.
Son ingredientes de la vida de multitud de monasterios y conventos repartidos por toda nuestra geografía que «infunden un sentimiento de identidad y continuidad en cada comunidad». Al mismo tiempo, son componentes «muy valiosos» de nuestro acervo cultural y religioso «que no podemos perder».
Junto a los bordados de las clarisas de Castil de Liences, DeClausura está recogiendo información de procesiones por el interior de los conventos que se perdieron tras el Concilio, lenguajes de campanas que rigen el día a día de las comunidades, sistemas de comunicación, formas antiguas de producción, hábitos de época medieval, partituras mozárabes…
El primer documento escrito que habla de la existencia del monasterio navarro de Leyre data del 848, pero probablemente ya había allí antes monjes que cantaban el culto divino en lo que después sería el canto gregoriano. Este canto hunde sus raíces en la sinagoga judía y en la forma de cantar de las primeras comunidades cristianas en Roma. Con el paso de los siglos se afianzó y luego pasó por una fase de declive. «Hoy, con las nuevas técnicas y grabaciones que tenemos se ha guardado. Pero si no hay quien lo cante, el gregoriano está muerto», afirma el padre Javier Suárez, uno de los monjes.
Con la vista en la UNESCO
La iniciativa está siendo muy valorada en las diferentes comunidades. «En un monasterio unas monjas se nos echaban a llorar al hablarnos de la belleza del canto del Rorate coeli y cómo se estaba dejando de rezar en la Iglesia», cuenta Cózar. «Sabemos que hay mucho patrimonio inmaterial que inevitablemente se ha perdido, pero todavía es posible salvar mucho y merece la pena trabajar por ello», señala, añadiendo que el objetivo es que algún día todo esto acabe reconocido por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
El proyecto de DeClausura se enmarca en el Plan Nacional de Monasterios, Abadías y Conventos que ideó en 2003 el Instituto de Patrimonio Cultural de España para intentar mantener «la herencia viva» de los monjes.
Como explica Cecilia Cózar, «se trata no solo de proteger, sino también de dar a conocer tanto el tesoro de la vida monástica en general como las particularidades de cada orden religiosa».
«La receta del marroquí es casi un secreto de confesión para nosotras. Es algo que hemos custodiado durante siglos en nuestra comunidad y solo lo sabemos hacer nosotras», afirma sor María Dolores, de las concepcionistas de Osuna (Sevilla). El origen de este manjar que hoy las monjas distribuyen por paquetería a toda España está en la receta que trajo una hermana con ese apellido en el siglo XVII. «Es muy laborioso y muy delicado de hacer, aunque solo lleva almidón de trigo, azúcar, huevo y la gracia de Dios», cuenta. No le puede dar el aire y no puede sufrir ningún cambio de temperatura. «Es muy tierno y se deshace si no se cuida bien el proceso, y luego al envolverlo nunca salen dos cuñas iguales», lo que lo hace «muy especial» para quienes lo prueban.