Al atardecer de la vida… - Alfa y Omega

El otro día vino una persona a hablar. Estaba confundida, perpleja, triste. Recibía con frecuencia mensajes, artículos, vídeos, de círculos supuestamente cristianos y católicos, donde se alimentaba la sospecha, la maledicencia, el desprecio.

No es de extrañar esa tristeza, hasta llegar, incluso, al sonrojo. Como dice el Papa Francisco, «el chismorreo es una carcoma que mata la vida de la comunidad». Nos hemos acostumbrado a manejar el lenguaje, a facilitar la ambigüedad o la mentira, a insultar o denigrar al que no piensa como nosotros. Introducir el recelo es sencillo para el que no se rige por unos mínimos principios morales y cree que todo vale para intentar alcanzar sus objetivos. Sobreabundan los jueces, los maestros o maestrillos, los señores o señoritos, que sientan cátedra desde los púlpitos mediáticos, desde su torre de cristal o desde las redes sociales. Escribas y fariseos capaces de crucificar con guante blanco, en nombre de las «verdades». Algunos escondidos tras la muchedumbre, sin mostrar su rostro; otros escupiendo odio y desprecio, lanzando las piedras que, los más ancianos, ni con Jesús se atrevieron a lanzar.

Pero la aventura del cristiano no va de esto. Lo nuestro se escribe con rostros de enfermos y de mayores; con presos, maleantes, prostitutas, que nos sacan algunas cabezas para cruzar la meta del Reino; con abrazos sanadores ante la soledad y el abandono; con puertas abiertas y calor de hogar para el que ha tenido que salir de su tierra en busca de nuevos proyectos. Lo nuestro va de perdón y de humildad, de monte de los Olivos, de noches sin dormir porque la vida duele. Lo nuestro va de alegría del corazón, de copas rebosantes, de mesa común; de mover brazos y piernas con una danza agradecida, ofrenda de pobreza, cántico de espíritu.

«Y al atardecer de la vida te examinarán del amor»; «porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…». Y no harán falta palabras porque allí podremos ver con claridad algo tan sencillo como valioso: si hemos sido de los que han ayudado y contribuido a aliviar las cargas, el dolor y a celebrar la vida. O si, por el contrario, nos hemos dedicado a poner fardos pesados sobre las espaldas y las conciencias de nuestros prójimos.

Y resonarán las palabras de Jesús: «¿De qué veníais hablando por el camino?».