Afganistán: volvieron las golondrinas, pero eran cuervos - Alfa y Omega

Afganistán: volvieron las golondrinas, pero eran cuervos

A lo mejor esa mujer piensa, mientras cose en silencio, en aquel día en que vio su rostro por última vez en el reflejo de un escaparate. O se lamenta de la última iniciativa de sus carceleros, que acaban de prohibir los libros escritos por mujeres en el sistema universitario

Guillermo Vila Ribera
Una mujer afgana cose 'khamak', un bordado tradicional de Kandahar
Una mujer afgana cose khamak, un bordado tradicional de Kandahar. Foto: EFE / EPA / Qudratullah Razwan.

Ser mujer en Afganistán es como ser un niño de 5 años en Tomelloso, solo que mucho peor. Ni él ni ella pueden salir solos a la calle ni ir a la universidad, ni trabajar; su voz no cuenta. A ellas se las considera de segunda categoría frente a los hombres, que dictan las normas y las condenan a un encierro vital. Pero todo esto ya lo sabes, ¿verdad? Hace cuatro años, los americanos huyeron del país que trataron de controlar durante dos décadas. Tan rápido que ni cerraron las puertas. Por ellas entraron los talibanes, que solo habían tenido que esperar, pacientes, en sus montañas del desierto. Volvieron como oscuras golondrinas a colgar sus nidos en los balcones. Pero al acercarnos, vimos que eran cuervos. Regresó la ley islámica que humilla a la mujer, la condena a la cocina y pretende convencerla de que, privándola de todo, la hace libre: porque su lugar es el hogar, ajena a miradas libidinosas. Esta gente, varada en la Edad Media, cree que los hombres somos bestias que perdemos la cabeza al ver una rodilla. A lo mejor ellos lo son. Pero no creo.

En la imagen vemos a una mujer cosiendo khamak, un bordado tradicional de Kandahar. Es de las pocas actividades laborales aún permitidas. No podemos verle la cara, pero la imagino: mirada atenta, bordando esa reja cruzada mientras piensa que peores son sus barrotes. Quizá elija el negro para la próxima pieza; el color de su futuro, el de los cuervos que la vigilan en los balcones: ese marido, primo o vecino que le prohíbe estudiar en la universidad o trabajar en una peluquería. La peor de las prisiones es la falta de esperanza, cuando no te queda ni el consuelo de una posible huida. Y ahí es donde los talibanes han arrojado a millones de afganas: a una prisión de soledad y desconsuelo, donde el futuro es, siempre, la peor opción.

A lo mejor esa mujer piensa, mientras cose en el silencio reglamentario, en la última vez que pudo salir sola a la calle, hace ya tanto; aquel día en que vio su rostro por última vez en el reflejo de un escaparate. O se lamenta de la última iniciativa de sus carceleros, que acaban de prohibir los libros escritos por mujeres de todo el sistema universitario del país, no vaya a ser que algún chaval se venga arriba al saber que el manual de ingeniería de sistemas lo ha escrito una señora. ¿Pero en qué consideración tiene esta gente a los hombres?

También han ilegalizado la enseñanza de los derechos humanos y sobre el acoso sexual, además de 18 asignaturas universitarias relacionadas con los derechos de las mujeres. Que es algo que para ellos no existe, claro. Mientras, la mujer teje, silenciosos sus pensamientos; quizá vuelen, ellos que pueden, libres, más allá del infierno, más allá del país de las oscuras golondrinas y los cuervos carroñeros.