Adornó la iglesia de Oñate para su descanso eterno
El obispo Mercado de Zuazola puso en marcha en el condado de Oñate la primera universidad del País Vasco y ornamentó su propia capilla funeraria en el templo, el de San Miguel Arcángel, con esculturas de Diego de Siloé
A 73 kilómetros de San Sebastián, en pleno corazón del País Vasco, se encuentra —rodeada de montañas— la villa guipuzcoana de Oñate, la más extensa de la provincia. En ella, poderosa localidad señorial que pasó a ser condado, se fundó en 1543 la primera universidad del País Vasco de la mano del obispo y humanista oñatiarra Rodrigo Sáez de Mercado de Zuazola mediante una bula del Papa Pablo III. Fue la primera y única universidad de la región hasta la fundación de la Universidad de Deusto en 1886.
En el casco viejo, tan monumental que hay quien llama a la villa «el Toledo vasco», se encuentra la parroquia de San Miguel Arcángel, elegida por el que fuese delegado de Patrimonio de la diócesis de San Sebastián durante 30 años, Koldo Apestegui, como uno de los tesoros escondidos de la herencia eclesial de la provincia. Este templo se construyó a lo largo de 300 años, por lo que aúna diferentes estilos arquitectónicos. El inicio fue en el siglo XV, lo que significa que la mayor parte de la estructura pertenece al estilo gótico. «Lo más llamativo de esta iglesia es el rico patrimonio que atesora en su interior», asegura Apestegui. De hecho, dentro encontramos un retablo renacentista, el de capilla de la Piedad, considerado uno de los mejores del País Vasco.
La construcción de esta joya patrimonial tuvo lugar gracias al impulso de los señores de Oñate. También influyó «la construcción de una carretera con salida a San Sebastián que unió la villa con la ciudad, algo que la sacó de su independencia». Pero el despertar de la localidad al arte, a la cultura, a la influencia, está ligado a la llegada del obispo Mercado de Zuazola, que tras pasar por Granada y Castilla, regresó a su ciudad natal para finalizar allí sus días —falleció en 1548—. Fue él quien impulsó la creación de la universidad y el responsable de dotar de ornamentos a la iglesia principal. El prelado, que ejercía un cargo político en la capital granadina, conocía al burgalés Diego de Siloé, uno de los maestros mayores de la catedral de la ciudad. «Allí se alimentó del arte del Renacimiento , sobre todo en orfebrería y en escultura, y quiso traerlo a su pueblo natal», explica Apestegui. Algunos de los ornamentos que encargó para la iglesia se encuentran ahora en el museo diocesano.
Entre otras cosas, construyó el claustro del templo primigenio, que tiene una curiosidad única: pasa por encima del río en lugar de bordearlo. Además, es una muestra del estilo gótico flamígero de principios del siglo XVI. El prelado también reformó la capilla de la Piedad para convertirla en su mausoleo, dotándola del ya citado retablo plateresco. Obra del francés Pierres Picart, sus imágenes hacen referencia a la Pasión y a la vida de la Virgen. Al lado del retablo está, incrustado en la pared, un sepulcro realizado por Diego de Siloé donde se representa al obispo rezando y asistido por una virtud. En el templo, por cierto, sigue enterrada la familia del conde de Oñate, Vélez de Guevara. Pero hasta el siglo XX su cuerpo no sería trasladado a su panteón familiar. Pasó por otras cuatro localizaciones antes, dentro del propio templo.
La Universidad del Espíritu Santo, como llamó Mercado de Zuazola a su otra criatura, está muy cerca y, aunque ahora alberga instituciones del Gobierno autonómico, «tiene una capilla, un claustro y una escalera espectaculares», apostilla Apestegui.