Termina el Año de la Vida Consagrada con balance positivo. La Iglesia ha reconocido, una vez más, este don que está en su corazón como elemento decisivo de su misión. Al concluir, hay que reconocer que cuanto hemos emprendido durante este tiempo no termina, continúa. Así, sirve y servirá de impulso, renovación y aliento en el Espíritu para la vida y misión de la vida consagrada. Así, subsanaremos las deficiencias que lógicamente encontramos en la mirada sobre estos meses.
La CIVCSVA anunció los tres objetivos que el Papa Francisco expuso en su carta apostólica con motivo del Año, junto a otros elementos programáticos. Han sido muchas las actividades por parte de las diócesis e instituciones de vida consagrada españolas. Aquí solo vamos a acercarnos a lo que ha supuesto el Año en España recordando sus objetivos bajo el prisma del último: «abrazar el futuro con esperanza».
En la vida consagrada española estamos acostumbrados a análisis que ofrecen un futuro desalentador. Pues bien, Francisco nos brinda una sorprendente alternativa que queremos asumir: abrazarlo con esperanza en medio de las dificultades. Nos acechan números amenazadores por la disminución de vocaciones y el envejecimiento. Tenemos tentaciones de relativismo y mediocridad. Se minusvalora la vida consagrada, se considera irrelevante o se afirma que ha llegado al final de su existencia. Ante esta realidad, «abrazar el futuro con esperanza» se llena de sentido y significado. Esta esperanza –decía el Papa– «no se basa en números, sino en aquel en quien hemos puesto nuestra confianza». Por tanto, «no hay que ceder a la tentación de números y eficiencia, ni hemos de ser profetas de desventuras que proclaman el final de la vida consagrada». Esto supone y supondrá superar cualquier postración y derrotismo. Esto exige la entrega genuina de la vida consagrada, que es más valiosa cuanto más se olvida de sí y sale de ella misma.
Los otros dos objetivos contribuyen a «abrazar el futuro con esperanza». En su carta apostólica, el Papa nos invita a «mirar al pasado con gratitud», volver a los orígenes, recordar «la chispa inspiradora». Con el fin de renovarnos, reconocer errores, «incoherencias y olvidos», enmendarlos y sanarlos. Con humildad y confianza, confesamos la fragilidad como signo del amor misericordioso de Dios. Con gratitud valoramos el testimonio de alegría y vitalidad de la mayoría de las personas consagradas. Igualmente, el objetivo de «vivir el presente con pasión» muestra un futuro esperanzador. Pasión por Cristo y por la humanidad que nos insta a ser «expertos en comunión y profetas vigilantes». Todo está haciéndose y está pendiente de hacer. Al finalizar este Año, la vida consagrada quiere proclamar la primacía de Dios, vivir alegre y despierta, «en salida», en el corazón de la «Iglesia en permanente estado de misión».