«A proclamar el Evangelio de Dios»
3er domingo del tiempo ordinario
Comienza el Evangelio de este domingo señalando que «después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios». Desde el año pasado, la Iglesia celebra el tercer domingo del tiempo ordinario el Domingo de la Palabra de Dios, una ocasión para ser más conscientes de la importancia de esa proclamación y de cómo, fieles al mandato del Señor y en continuidad con ese anuncio, la Iglesia sigue difundiendo a través de la Palabra, que «se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios». Sin embargo, aunque es esencial comprender que la iniciativa de la obra salvadora parte del mismo Dios, su culminación solo es posible a través de la respuesta humana, el segundo término del diálogo vivo y permanente que Dios ha querido establecer con su pueblo. Así pues, el principal modo concreto por el cual en nuestros días Dios nos habla es el texto plasmado en la Sagrada Escritura, de modo especial cuando esta es proclamada en las celebraciones litúrgicas. Por eso la Iglesia tiene el cometido particular, no solo de comprender, sino también de hacer accesibles los contenidos de la Biblia con la predicación y la enseñanza, de modo que, aquello que Dios ha querido manifestar dé fruto abundante en nosotros. Puesto que Dios se revela contando con nuestra naturaleza humana inserta en la temporalidad, uno de los elementos que favorecen la acogida de la Palabra, voz de Dios a los hombres, es el silencio. Así, entre las diversas recomendaciones para este día, la Iglesia nos recuerda la importancia del silencio sagrado, puesto que en ciertas partes de la Eucaristía, especialmente al concluir la homilía, al fomentar la meditación se propicia que la Palabra de Dios sea recibida interiormente por quienes la escuchan, colaborando con la acción del Espíritu Santo, con quien se vincula también el silencio en las celebraciones.
Palabra eficaz aquí y ahora
Precisamente en este pasaje nos acercamos a dos temas centrales de la vida del cristiano, que, además, es posible leerlos desde la perspectiva de la jornada que celebramos: la llamada a la conversión y la elección de los primeros discípulos. Reconocer la centralidad de la Palabra divina en la vida cristiana no parte simplemente de varias iniciativas magisteriales, impulsadas sobre todo a partir del Concilio Vaticano II. Toda la historia de la salvación encierra una dinámica a través de la cual Dios habla y el hombre responde. La peculiaridad de esta Palabra no reside ni en los datos históricos proporcionados ni en la sabiduría humana, ni siquiera en el conocimiento que a través de los relatos evangélicos podemos adquirir sobre las acciones o las palabras del Señor. Lo determinante es que la Palabra de Dios es eficaz aquí y ahora. Y todo aquello que nos es presentado en ella guarda relación con la obra que Dios sigue llevando a cabo en su pueblo, la Iglesia, y en cada uno de nosotros, como miembros de ella. Esa eficacia, circunscrita en el Evangelio de este domingo, significa que el Señor sigue anunciándonos la conversión, la cercanía del Reino de Dios, y que continúa llamándonos a su seguimiento con independencia de la coyuntura en la que nos encontremos.
La reacción de las dos parejas de hermanos con los que se encuentra Jesús junto al mar de Galilea deja ver que para completar el diálogo con Dios es necesario introducirse en un itinerario de discipulado. En primer lugar, es preciso responder a la iniciativa de Dios, un camino que exige inmediatez y una disposición interior a seguir, estar y compartir la vida con el Señor, en el modo que la llamada concreta pida. En segundo lugar, Jesús nos llama siempre a participar de una comunidad, la Iglesia, del mismo modo que lo hizo con sus discípulos. Por último, la invitación del Señor va aparejada a una misión, que este pasaje precisa como urgente, ya que «se ha cumplido el tiempo». En esta línea, en la segunda lectura, san Pablo dirá que «el momento es apremiante» y la primera lectura, de la profecía de Jonás, también nos habla de un plazo para que la ciudad de Nínive se convierta.
Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio». Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores.
Jesús les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre, Zebedeo, en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de Él.