A la sombra del nogal - Alfa y Omega

Era media tarde, estaba ayudando a excavar el huerto a Pablo. El sudor corría por su frente. Sonreía mientras hablaba y, con fuerza, golpeaba la tierra con la azada. Constan, que así se llama, lleva más de docena y media de años en aquellos pueblecitos, en el comienzo de la montaña palentina. Constan es un cura sencillo, de unos pueblos sencillos.

Después de saludarle nos hemos sentado a la sombra de un nogal grande que hay al lado mismo del huerto, que da una sombra fresca.

Él vive su tarea, su vocación entre estas gentes, en estos pueblecillos, como un trocito de Nazaret. En medio de esa vida sencilla y anónima, sin focos ni altavoces, donde él, poco a poco —me cuenta—, ha visto crecer sus raíces, raíces de comunidad, raíces de pueblo y humanidad, raíces hondas y fuertes. Y también ha crecido con él una sabiduría a ras de suelo, de vida concreta y sencilla. Y en ella ha experimentado, cada amanecer, calladamente, el Evangelio. Dice: «¡Casi nada!», y sonríe.

Cuando estás con él, te transmite algo difícil de expresar. Tengo la sensación de que Constan sabe mirar en profundidad lo que se aloja en las cosas sencillas. Cuando charlas, cuando paseas a su lado, te ayuda a percibir las entrañas de la vida y del pueblo. Sin hablar grandes cosas. Habla así, yo creo, porque sabe escucharte hasta cuando te mira. Tengo esa certeza de sentir que él ve y escucha más allá de la corteza de las cosas y los pequeños acontecimientos que a todos nos toca vivir.

Quizás necesitemos aprender a perdernos en lo cotidiano de la vida sencilla y callada, y dejar de buscar lo espectacular. Es esa sensación de que lo que necesitamos es aprender a contemplar la vida del pueblo con ternura, con entrañas, pues Dios juega al escondite en el cada día de nuestra vida. Por eso hemos de estar atentos para ver, gustar, oír y saborear al Dios siempre presente, encarnado en la vida del pueblo.

Antes de despedirme de Constan quise preguntarle de dónde sacaba esa sabiduría, esa mirada tan profunda, que le ayuda a ver los entresijos de las relaciones y el sentido profundo de la vida, hasta de la muerte.

Él me miró, sonrió y me dio un abrazo antes de despedirse.