Doy gracias a Dios por este inicio del curso pastoral. Y lo hago haciéndoos una petición que se convierte en propuesta: dejémonos llenar del amor de Dios. No es una utopía, es nuestra vocación y es la llamada que permanentemente nos está haciendo el Señor. Sabemos que el amor es el alma de la misión a la que está llamado todo cristiano. Si no estamos llenos del amor de Dios, lo que hagamos se reducirá a una actividad más de las muchas que hacemos, a lo mejor a una actividad filantrópica o social, pero a nada más. Muchas veces vienen a mi memoria aquellas palabras del apóstol san Pablo cuando dice que «el amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5, 14). Porque hemos de recordar siempre que el mismo amor que movió al Padre a mandar a su Hijo Jesucristo al mundo, y el mismo amor que movió a Jesucristo a entregarse para salvar a todos los hombres hasta la muerte en la cruz, es derramado por el Espíritu Santo en el corazón de los creyentes. Hemos de llevar la Buena Nueva de que Dios es amor; por eso quiere salvar al mundo y arde en deseos de que todos los hombres lo conozcan.
Al comenzar este curso, pongamos todos los medios para dejarnos transformar por el amor que se ha manifestado y revelado de una manera tan evidente en Jesucristo. Todos los bautizados, unidos a Jesucristo, hemos de estar dispuestos a colaborar en la misión de anunciar el Evangelio. Para entenderlo, déjate hacer esta pregunta: ¿qué rostro de amor se manifiesta en Jesús en la parábola de la oveja perdida? ¿No te resulta llamativo que el pastor deje a las 99 y marche a buscar la perdida? Y llama aún más la atención que el pastor, cuando encuentra la oveja perdida, la cargue sobre sus hombros. ¡Qué belleza tiene ese retrato que Jesús hace de Dios en esta parábola! Dios cuida de nosotros y no se rinde, siempre regalando su misericordia. Este amor de Dios es el que se nos pide que regalemos a quienes nos encontremos; es un amor que va más allá de todo lo que podamos imaginar, que rompe nuestros esquemas y todos los esquemas de los hombres. Cada uno de nosotros somos valiosos para Dios y nos ama así, por muy perdidos que nos encontremos, por muy fracasados que estemos… Debes saber que Dios nos busca siempre para darnos su amor. Esto hay que decírselo a los demás, pero la estrategia es hacerlo con el amor de Dios. La escuela de la Eucaristía es un lugar precioso y valioso para aprender junto a Jesús a amar como Él.
Comencemos el curso con una convicción y un deseo en lo más profundo de nuestra vida: los cristianos somos misioneros, la misión brota de un corazón transformado por el amor de Dios. Por ello, déjate amar por Dios, deja que el amor de Dios penetre en tu vida de tal forma que sientas el deseo de comunicarlo a otros con obras y palabras. Hay que construir el reino de Dios en las familias, en el trabajo, con los amigos… Tenemos que hacerlo laicos y consagrados, juntos anunciando a Jesucristo con su amor.
En las comunidades cristianas debemos de poner en el centro el amor de Dios. El alma de la misión es el amor de Dios. Os digo con todas mis fuerzas que tendremos verdadero celo misionero, allí donde estemos, en las responsabilidades que asumamos, si todo está orientado por la caridad; todo debe brotar de ese profundo acto de amor de Dios, de ese amor que Dios tiene por cada persona. Como nos recordaba el Papa san Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris missio el amor «es y sigue siendo la fuerza de la misión», así como «el único criterio según el cual todo debe hacerse y no hacerse, cambiarse y no cambiarse». «Es el principio que debe dirigir toda acción y el fin al que debe tender. Actuando con caridad o inspirados por la caridad, nada es disconforme y todo es bueno» (RM 60).