A Fátima, para mostrar la auténtica devoción mariana
Fue un viaje fugaz, de apenas 23 horas. Un peregrinaje de esperanza y paz, tras los pasos de Francisco y Jacinta. El Papa llegó a Fátima para hacer lo mismo que los pastorcitos: encontrarse con la «bella señora», 100 años después de sus apariciones en la Cova da Iria, un valle ubicado en el corazón de Portugal. Así, Francisco reforzó una de las cartas fuertes de su pontificado: la religiosidad popular. Pero dejó también un mensaje claro: la Virgen no es una máquina de conceder deseos, con una varita mágica para conceder «gracias baratas»
Una visita apostólica dedicada solo al santuario mariano, no a todo el país. Una decisión voluntaria, explicada por el Pontífice la vigilia de su viaje, en un mensaje a todos los portugueses: «Sé que me querríais también en vuestras casas y comunidades, en vuestros pueblos y ciudades: la invitación me llegó. No es necesario que os diga que me habría gustado aceptarla, pero no puedo».
Originalmente el Papa tenía pensado programar un viaje de apenas unas horas, pero cambió de opinión cuando le explicaron que la bendición con las candelas, prevista para la tarde-noche del 12 de mayo, era parte de las celebraciones del centenario de las apariciones. Por eso, el Vaticano programó el despegue del avión papal para las 14 horas romanas de ese día.
La mañana de ese viernes, mientras Francisco cumplía su tradicional visita a la Virgen patrona de la capital italiana en la basílica de Santa María la Mayor, los periodistas miraban las previsiones meteorológicas que anticipaban mal tiempo e intensas lluvias en Fátima, como había ocurrido toda la semana. Ya en el aeropuerto de Fiumicino, listos para embarcar en el avión papal, corrió el rumor de que los organizadores tenían ya listo como plan B desviar el vehículo hacia Lisboa en caso de no poder aterrizar en Monte Real, a 40 kilómetros del santuario.
Esa opción no fue necesaria, porque repentinamente el clima mejoró ya desde el primer momento en que el Papa pisó suelo portugués. No volvió a llover y, al contrario, el cielo ofreció un espectáculo despejado y de intenso azul la mañana del sábado 13 de mayo, durante la Misa de canonización de los pastorcitos. Tanto sorprendió ese detalle que los periodistas de la comitiva papal bromeaban indicando la hipótesis de un nuevo «milagro del sol».
Francisco aterrizó en Portugal pasadas las 16:35 horas. Fue recibido al pie del avión por el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa. En su país lo consideran un «político a lo Francisco», sencillo y de abrazo fácil. No hubo discursos de bienvenida, solo honores militares y presentación de las delegaciones. Después, una breve audiencia privada, durante la cual el líder católico obsequió al mandatario con un mosaico que representa las apariciones de la Virgen. Luego se trasladó hasta una capilla cercana, donde encontró algunos enfermos y oficiales de esa base militar.
Una de las grandes fotos del viaje quedó estampada poco más tarde cuando, a bordo de un helicóptero, el Papa pudo admirar, a lo lejos, a la multitud congregada en la explanada del santuario mariano. Una incontable mancha humana que abrazó durante horas la diminuta localidad, donde viven poco más de 11.000 personas. Pero en esos días llegó a recibir decenas de veces su población. Arribaron de toda Europa y más allá, cargando sus penas y sus angustias. En caravanas, en autobuses, con tiendas de campaña y a pie. Un flujo continuo de fe popular, casi inexplicable.
Un obispo vestido de blanco
Fueron pocos los actos que presidió Jorge Mario Bergoglio ante esa multitud. Es más, la mayoría los condujo en medio de los fieles, como uno más. Su primera parada fue la visita a la capillita de las apariciones. Allí depositó un ramo de flores ante la imagen de la virgen tallada en cedro del Brasil. Una estatuilla de 1,1 metros de altura, de un blanco marmóreo y celestial sonrisa. El Papa estuvo seis minutos en silencio meditativo ante ella, a unos pasos de la original capilla construida en 1919 sobre el lugar exacto donde, dos años antes, la Virgen había hablado a los pastores niños Lucía (10), Francisco (8) y Jacinta (7).
Tras la meditación, rezó una oración en portugués en la cual se presentó como el «obispo vestido de blanco». Una clara evocación al tercer secreto de Fátima que habla de un hombre de blanco que cae muerto por flechas y balas. Esta referencia despertó, por esas horas, un sinfín de especulaciones sobre la vigencia de las profecías de la Virgen. Pero todo quedó claro cuando el mismo Francisco explicó, en el viaje de regreso a Roma, que ese texto no lo había escrito él sino el santuario.
Terminado aquel momento, Francisco se dirigió a la casa Nossa Senhora do Carmo para reposar y cenar. Mientras tanto, entre la muchedumbre esperaban numerosos fieles venezolanos que viajaron al santuario con la esperanza de un milagro de María: paz y libertad para su país. Porque Fátima, para muchos, es una Virgen anticomunista, por el contexto de sus apariciones en 1917.
Venerar a la Virgen auténtica
El mensaje más profundo de Bergoglio durante la visita no fue la canonización de los pastorcitos, la mañana del sábado 13, sino su discurso aquella noche, ante el fascinante espectáculo de esa extendida explanada iluminada por decenas de miles de velas. En su discurso, pronunciado de nuevo en portugués, advirtió que para ser verdaderos cristianos es obligatorio ser marianos.
Pero luego cuestionó: ¿De qué María son peregrinos? ¿Qué imagen fueron a visitar a Fátima? Respondió con nuevas interrogantes: ¿Una maestra de vida espiritual, o una señora inalcanzable, inimitable? ¿La bienaventurada que creyó siempre y en todo momento en la Palabra, o una «santita», «a la que se acude para conseguir gracias baratas»? ¿La Virgen del Evangelio, o una María cuyo retrato depende más bien de las «sensibilidades subjetivas», que es tomada como la que para el «brazo justiciero de Dios listo para castigar, considerado como juez implacable» y, entonces, resulta más misericordiosa que Jesús?
Así, advirtió, se comete una «gran injusticia contra Dios y su gracia» cuando se afirma siempre primero que los pecados son castigados y se olvida, o deja en segundo plano, que son perdonados por la misericordia. «Por supuesto, la misericordia de Dios no niega la justicia, porque Jesús cargó sobre sí las consecuencias de nuestro pecado junto con su castigo conveniente. Él no negó el pecado, pero pagó por nosotros en la cruz», explicó. Por eso instó a dejar de lado cualquier clase de miedo y temor, porque son sentimientos propios de quien no se siente amado.
Las palabras del Papa Francisco parecieron orientaciones muy precisas sobre la auténtica devoción mariana. No una devoción que, basada en secretos y profecías, se sirve del miedo para imponer la fe, sino una devoción libre, que ve en la Virgen María una madre amorosa y protectora.
«Dios nos ayuda»
La canonización de los pastorcitos, Francisco y Jacinta, fue una fiesta multicolor. «No podía dejar de venir aquí para venerar a la Virgen Madre, y para confiarle a sus hijos e hijas», confesó el Papa ante más de 500.000 personas. Y dejó en claro el objetivo final de su peregrinaje, que concluyó con el rezo ante las tumbas de los videntes, un saludo a los enfermos y un almuerzo con obispos.
«Bajo su manto –indicó–, no se pierden; de sus brazos vendrá la esperanza y la paz que necesitan y que yo suplico para todos mis hermanos en el Bautismo y en la humanidad, en particular para los enfermos y los discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados. Queridos hermanos: pidamos a Dios, con la esperanza de que nos escuchen los hombres, y dirijámonos a los hombres, con la certeza de que Dios nos ayuda».
«Pastorcillos, salvad a este niño, que es un pequeño como vosotros». Así rezaron en 2013 las carmelitas de Campo Mourao (Brasil) por Lucas Maeda, de 6 años, en coma tras caer de un ventana. Lucas, cuya curación ha hecho posible la canonización de Francisco y Jacinta, participó el domingo en la ceremonia –izquierda–. Tras la Misa, el Papa bendijo con el Santísimo a los enfermos –arriba– para animarlos a ofrecerse a Dios. Los dolientes son «un tesoro valioso» y «partícipes a pleno título de la misión de la Iglesia», dijo, pues la enriquecen con su oración y entrega.