«A Dios lo que es de Dios»
29º domingo del tiempo ordinario
Los últimos domingos hemos escuchado tres parábolas mediante las que Jesús responde a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos, que cuestionaban la austoridad de su doctrina y sus obras. Tras estas comparaciones, Mateo incorpora tres preguntas capciosas, de las cuales el Evangelio de este domingo describe la primera. Como es de esperar, el interés principal de los que se sienten acusados por el Señor es el de eliminarlo físicamente. Para ello habrán de justificar su actuación buscando una condena válida sostenida, ya sea en las palabras del Maestro, ya sea en las obras que realiza.
Como sabemos, en tiempos de Jesús la zona de Palestina constituía una provincia del Imperio romano, cuyo gobernador más célebre para nosotros fue Poncio Pilato. Se trataba de una situación en la que los habitantes de aquel territorio, aun sometidos a Roma, no solo realizaban con normalidad el culto judío, sino que también las instituciones civiles de aquel territorio habían asumido una estructura romana, incluyendo la moneda de curso legal. En este contexto, los fariseos, poniéndose de acuerdo para encontrar un motivo para justificar la acusación que buscan, tratan de acorralar al Señor. Un detalle significativo es que los enviados por los fariseos se dirigen al Señor como «Maestro», apelativo que en el Evangelio de Mateo únicamente aparece en boca de quienes no lo conocen, puesto que sus discípulos le llaman «Señor». La táctica utilizada por quienes le realizan la pregunta es la de la adulación desmedida, de una manera que, según se lee, se pone de manifiesto la maldad de sus intenciones.
Por otra parte, desde el punto de vista narrativo, este cúmulo de falsas alabanzas contrastará con la rotunda y realista respuesta de Jesús, desenmascarando las torcidas intenciones de los fariseos y haciéndonos ver, a la vez, que el Señor responde con inteligencia, sin divagaciones y no dejándose embaucar. El tema del tributo al César había sido muy discutido anteriormente, ya que el impuesto representaba el exponente más representativo de la dominación romana. Existían grupos, incluso, que se oponían a estos pagos por considerar que quien así lo hacía ofendía a Dios, al ser el único soberano de Israel. De otra parte se encontraban quienes no miraban tan negativamente a Roma y propugnaban las contribuciones económicas. De este modo, cualquiera que fuera la respuesta de Jesús, este podría ser acusado por unos o por otros: para los primeros podría ser culpado de cómplice del poder pagano y, en cierta medida, de blasfemo; para los segundos, imputado por subversión hacia Roma.
Una respuesta inesperada
Con estas condiciones parece evidente que la respuesta del Señor debía necesariamente ser inesperada. A menudo las palabras más célebres del pasaje, «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», han sido interpretadas únicamente en clave de equilibrio y de una distribución razonable de poderes: el poder civil estaría llamado a decidir en los asuntos materiales, mientras que Dios sería la máxima autoridad en el ámbito espiritual. Según esta visión, el hombre se hallaría sometido a dos señores: al César, representante de la faceta política, y a Dios, quien ostenta el poder religioso.
Sin embargo, el sentido de la afirmación de Jesús puede ser visto a través de la imagen de la moneda. El libro del Génesis afirma que el hombre fue creado a imagen de Dios. Así pues, si Dios es el Creador, solo Él puede ser su único Señor y el resto de poderes han de ser ubicados en su justo lugar. Este esquema no menoscaba en absoluto la distinción entre el ámbito político y religioso; más bien trata de no establecer una estructura dicotómica en el cristiano, donde, por un lado estaría su vida civil y, por otro, su faceta religiosa, como si se tratara de aspectos separados e inconexos entre sí.
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron algunos discípulos suyos, con unos herodianos, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?». Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto». Le presentaron un denario. Él les preguntó: «De quién son esta imagen y esta inscripción?». Le respondieron: «Del César». Entonces les replicó: «Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».