«Los cristianos masacraban a los musulmanes y viceversa. Teníamos que hacer algo»
«Los cristianos estaban masacrando a los musulmanes y los musulmanes estaban masacrando a los cristianos. Teníamos que hacer algo para detenerlo», cuenta el cardenal de Bangui junto a su amigo el presidente del Consejo Islámico de la República Centroafricana. Mundo Negro les ha concedido su Premio a la Fraternidad
«Que continuemos el camino del diálogo interreligioso que hemos empezado el imán, el pastor y yo». Esto –cuenta a Alfa y Omega– es lo que le pidió el Papa tras convertirle en noviembre (tiene 49 años) en el cardenal más joven de la Iglesia católica. El día del consistorio –recuerda–, había numerosos evangélicos y musulmanes en la plaza de San Pedro. «Creo que este fue un mensaje fuerte para el mundo», afirma.
Así lo ha entendido la revista Mundo Negro, que ha repartido su Premio a la Fraternidad 2016 entre dos galardonados: el arzobispo de Bangui, Dieudonne Nzapalainga, y Omar Kobine Layama, imán de la mezquita central de la capital del país y presidente del Consejo Islámico de la República Centroafricana. Su historia dio la vuelta al mundo cuando Francisco les puso en el centro de todas las miradas con su inesperada decisión de inaugurar el Año de la Misericordia en la modesta catedral de Bangui en noviembre de 2015.
Faltaba en Madrid solo un tercer protagonista, Nicolas Guérékoyaméné-Gbangou, presidente de la Alianza Evangélica. Cuando, en 2013, la violencia prendió en Bangui, el pastor y el imán acudieron a casa del arzobispo. No eran todavía los grandes amigos en que se convertirían después –«los mellizos de Dios», les han apodado en su país–, pero monseñor Dieudonne supo reconocer que acaban de visitarle «dos ángeles como los de Abraham».
«Los cristianos estaban masacrando a los musulmanes y los musulmanes estaban masacrando a los cristianos», contó el cardenal en la tarde del sábado, durante el XXIX Encuentro África, celebrado del 3 al 5 de febrero con el lema Islam y cristianismo: diálogo bajo un mismo techo. Combatientes yihadistas extranjeros empezaban a llegar al país. Grupos radicales de musulmanes (Seleka) y de cristianos (antibalaka) esparcían la violencia entre una población fuertemente armada. «Teníamos que hacer algo para detenerlo –añadió el arzobispo–. Musulmanes y cristianos siempre habíamos vivido en paz en Centroáfrica».
La Plataforma Interreligiosa por la Paz
Los tres escribieron una carta pastoral conjunta y se la enviaron al entonces presidente del país, que les ignoró. Su siguiente paso fue salir a «visitar las comunidades a las que nadie más iba» para empezar a construir la paz desde abajo. Fue así como nació la Plataforma Interreligiosa por la Paz de la República Centroafricana, con el objetivo de involucrar a todos los creyentes en una solución dialogada a un conflicto que, desde su perspectiva, obedecía a intereses políticos y económicos convenientemente manipulados.
Llegaban a las poblaciones, se reunían cada uno de ellos primero con su respectivo grupo confesional, y después juntaban a todos en una asamblea. Iban saliendo así a la luz todos los reproches e incomprensiones acumuladas, pero encauzadas por la firme voluntad de los responsables religiosos de restaurar la convivencia. Unos y otros comenzaron a mirarse de forma distinta y a tomar conciencia de formar una sola comunidad, atreviéndose incluso a plantar cara a los jefes militares locales, que se habían convertido en «dueños de la vida y la muerte de la gente», en palabras del arzobispo.
Con la misma metodología crearon grupos interreligiosos de jóvenes y de mujeres para llegar de forma capital hasta los últimos rincones del país. No tardaron en llegar los problemas con los grupos extremistas de uno y otro bando. Los tres han sufrido desde entonces diversas tentativas de asesinato por parte de propios y extraños. Cuando fue arrasada la mezquita central de Bangui, el imán y su familia se refugiaron en casa del arzobispo. Allí pasaron seis meses.
Pese a todas las dificultades e incomprensiones, la iniciativa tomó cuerpo y se convirtió en un actor clave en la pacificación del país. En una asamblea con representantes de las tres confesiones religiosas procedentes de todas las regiones, con la colaboración de los misioneros combonianos, se pusieron las bases de actuación de la Plataforma Interreligiosa. Se acordó la puesta en marcha de una radio, que fomenta el valor del diálogo y de la información veraz, tras la nefasta experiencia de cómo la manipulación periodística desencadena la violencia.
La dotación de 10.000 euros del Premio a la Fraternidad de Mundo Negro ayudará también a erigir una escuela interreligiosa para inculcar desde la infancia el valor del respeto mutuo, y un centro de formación profesional que dé salidas a esa mayoría de jóvenes centroafricanos que ni estudian ni trabajan. Otro proyecto es la apertura de un hospital que no discrimine por motivos religiosos. Durante la guerra civil –argumentó el imán– era frecuente que los grupos armados impidieran el acceso a la sanidad o incluso acudieran a los centros sanitarios a asesinar a las personas de otra confesión.
Hay mucho trabajo por hacer. Con motivación religiosa o no, siguen produciéndose brotes de violencia en el país. Entre los últimos, el ataque de rebeldes la pasada semana contra una misión capuchina en el noroeste. El balance fue de 18 muertos.
Inspiración para el mundo
La plataforma ha producido frutos también en países como EE. UU., Alemania u Holanda. Cuando, en los Países Bajos, se puso en marcha una iniciativa entre cristianos de diversas confesiones, musulmanes y judíos locales (todos de raza blanca), el arzobispo de Bangui lanzó una broma que hizo fortuna: «Somos africanos y negros, pero hemos tenido un hijo blanco».
En los primeros tiempos del islam –recuerda el imán central de la República Centroafricana–, «los musulmanes fueron perseguidos por los paganos, y los cristianos les acogieron en sus casas». Sucedió en Etiopía y también cerca de Medina, en la actual Arabia Saudí. «Cuando tuve que refugiarme durante seis meses con mi familia en casa del arzobispo recordé todo esto», cuenta Omar Kobine Layama en conversación con Alfa y Omega.
Años después, en esa misma ciudad –prosigue–, el profeta Mohamed redactó la Carta de Medina, que «reconocía que cada comunidad podía vivir libremente su fe, incluidos los paganos idólatras. Nadie podía ser perseguido por sus creencias».
Ese es el espíritu que el imán Kobine Layama aspira a recuperar hoy. «Las mayorías no tienen que imponer su religión a las minorías», dice. Para lo cual –añade– es necesario dejar de «mezclar la religión con la política», y menos aún utilizarla para justificar la violencia. Porque «en el diccionario árabe no existe la palabra yihadista, eso es una manipulación», que se sostiene sobre «la ignorancia» de la gente. «Yihad, en el Corán, significa abstenerse de hacer el mal y hacer el bien».
Su amigo el cardenal Nzapalainga insiste también en la importancia de respetar a las minorías. Más aún, cree que «están ahí para revelarnos muchas cosas sobre nosotros mismos, porque tenemos necesidad del otro, de alteridad, de personas que hablan y cantan con otras palabras… Esa es la riqueza del mundo».
Para el cristiano –enfatiza el cardenal en conversación con este semanario– se trata de una exigencia de su propia fe. «El cristiano es el que acoge a los otros. La fraternidad, la amistad, el respeto a los demás… Esto es lo que caracteriza la vida cristiana, no los eslóganes ni el cumplimiento de determinadas obligaciones. Se nos reconoce por cómo somos capaces de amar. Y pienso que es importante reencontrar nuestros orígenes, el amor que caracterizó a nuestras primeras comunidades, y que debe manifestarse hoy también en el diálogo con los musulmanes: no son nuestros enemigos, son nuestros hermanos. Es tiempo de salir de nuestra ignorancia, del miedo al diferente, de romper las barreras y de acoger al otro… Este es el mensaje que lanzaría a todos los cristianos que ponen en duda que haya que dialogar con el islam».
Al arzobispo y al imán de Bangui, los «mellizos de Dios» como los llaman en su país, se unieron el sábado en un encuentro de oración el cardenal Osoro y el imán central de Madrid, Ray Tatary, presidente de la Comisión Islámica de España, en el que participaron también el secretario general y portavoz del episcopado español, José María Gil Tamayo, y varios responsables de la Conferencia Episcopal. «Creo profundamente en el diálogo interreligoso, creo en su eficacia, creo en la oración que estamos haciendo aquí… Esto no es debilidad ni relativismo, es diálogo auténtico y construcción de la paz», dijo el arzobispo de Madrid. Su «amigo» –así lo llamó– Riay Tatary pidió no dejar este diálogo solo en manos de «los sabios», sino extenderlo a todos los ámbitos. «Vivimos juntos, pero dando la espalda al otro», lamentó. Hace falta mayor «cercanía» y «mutuo conocimiento y cooperación», sin caer en sincretismos ni pretender «unificar las religiones». «Si cristianos y musulmanes hacen la paz entre ellos –añadió– habrá paz en la tierra».