Con ocasión del primer desfile militar del reinado de Felipe VI, en la fiesta nacional de España, los medios de comunicación han recurrido a otros desfiles de dramática actualidad, el ébola incontrolado y amenazador, la corrupción galopante, el virus de la intolerable chulería y provocación del nacionalismo separatista.
Aparte de que haya habido hasta algún académico que ha llegado a pedir que sacrifiquen a la ministra, y no al perro Excalibur, lo que indica muchas cosas, tristes todas –lo del perro y muchas más cosas, como el atronador silencio en nuestros medios sobre el trascendental Sínodo de la familia, están siendo toda una radiografía moral de nuestra sociedad–; y aparte de que algunos que trabajan en la Sanidad han demostrado una vocación profesional de entusiasmo bastante descriptible, quiero resaltar mucho más lo positivo y admirable que la crisis del ébola ha puesto de manifiesto y sigue suscitando, empezando por los misioneros y cooperantes, por tantos heroicos voluntarios y por los verdaderos profesionales de la Sanidad, médicos, enfermeras, una mayoría que ha dado y da prueba sublime de su entrega incondicional y de su impagable servicio a los demás. Para que luego digan que todos somos iguales…
Terrible y mortífera es la carga viral del ébola, pero tengo la impresión de que el miedo, la cobardía, la hipocresía, la ambición, la catetez y la idiotez –y no digamos el aborto– tienen cargas virales mucho más letales para una sociedad verdaderamente civilizada que el ébola. En cuanto a la mugre inmoral de la corrupción, el filósofo Gabriel Albiac se ha preguntado, en ABC, cuál es el desfile en el cual todos podríamos recuperar el honor de ser españoles, y ha respondido así a su propia pregunta: «El desfile de los sinvergüenzas con tarjeta negra de Bankia, obligados a devolver hasta el último céntimo de lo robado. Y su desfile, después, camino del banquillo». Luis Ventoso, también en ABC, ha hecho otra pregunta: «¿Dónde estaba nuestro aguerrido tertulianismo, que todo lo sabe y a nada teme, cuando Blesa y su Consejo –o más bien panda, a tenor de lo visto– arrasaban la caja?». E Ignacio Camacho ha comentado: «Casos como el de las tarjetas de Cajamadrid son los que engordan al partido de la ruptura y ceban una bomba social».
Está siendo toda una desvergüenza nacional la de esta España del disparate, como acertadamente la ha definido Carlos Herrera, en la que un histórico líder del sindicato socialista, la Unión General de Trabajadores (UGT), oculta –presuntamente, claro– casi un millón y medio de euros a la Hacienda Pública cobrado del Fondo Unitario de Solidaridad Obrera de Asturias (¡un millón y medio de euros de solidaridad!) que sus compañeros recaudaban para ayudar a los despedidos.
Y, en cuanto a la provocación del nacionalismo separatista, venimos a enterarnos de que, a pocas fechas del cacareado 9 de noviembre próximo, poco antes de que Mas pasara al segundo puesto de la indignidad –tras ZP–, el Presidente del PP, que deja intactas leyes ideológicas de ZP como la del imposible derecho al aborto, firma un artículo en catalán, para el debut de la edición de El País en catalán, en el que ¡un 12 de octubre!, fiesta de la Hispanidad, habla del millón no de hispanos, sino de latinoamericanos –¡toma hispanidad!– que viven en España hoy. Mientras la Generalidad de Cataluña sigue desafiando impunemente al Tribunal Constitucional de la nación –¿qué quieren, un Estado en recurso permanente?–, el Gobierno ha financiado a Cataluña con más de cuarenta mil millones de euros, sólo en esta Legislatura, y no quiero ni hablar siquiera de tantos otros desfiles. Una cosa es, como ha escrito José María Carrascal, pasividad y otra no cumplir la ley y no obligar a cumplirla, como es obligatorio y de cajón. No hay privilegios que valgan, hay que eliminar los que quedan. Cuanto antes. Ya. Todos.
Hace falta ser catetos, es decir separatistas, para, por ejemplo, turnarse, como hicieron los consejeros de Mas para fotografiar, en su móvil, el decreto de convocatoria de la siempre ilegal consulta del 9 de noviembre próximo, o para querer extender a los hospitales la consigna de marcar a los enfermos terminales, a lo nazi, para ahorrar. Un ex terrorista arrepentido del IRA irlandés acaba de avisar: «El nacionalismo catalán puede acabar en bombas». Basta, pues, de hablar tanto de protocolos. Cúmplanse, en todo; y, por favor, un poco de sensatez, aunque sólo sea un poco…