Mientras la Guardia Civil detenía, esta semana, a medio centenar de golfos, de la derecha y de la izquierda política -¡anda que no le queda trabajo por hacer a la Guardia Civil!-, escuchaba yo, en la radio, a uno de tantos prebostes socialistas mitineros, a los que acuden determinadas emisoras para hacer el paripé aperturista y convivencial y, refiriéndose al PP, decía, más bien gritaba, con toda la desfachatez de que son capaces, que es mucha: «¡Con el partido de la corrupción, ni un minuto, ni un metro!». Y pensaba yo para mis adentros: ¡Sigue, sigue, ¿por qué te callas?; añade lo que tienes que añadir: «No necesitamos a nadie para lo de la corrupción. Nosotros solitos nos bastamos y sobramos para llevárnoslo crudo…!».
Es impresionante la cara de todos esos individuos, como perfectamente sintetiza Guillermo, en la viñeta que ilustra este comentario. ¿Cómo es posible que un militante del partido que gobierna –es un decir– en Andalucía, desde la Transición hasta hoy ininterrumpidamente, y que tiene encima el estigma imborrable de los ERE, se permita referirse a otros, los que sean –que también lo son–, como el partido de la corrupción? La verdad es que, si nos ponemos a preguntar cómo es posible, sería el cuento de nunca acabar:
¿Cómo es posible que el capo de los Pujol tenga la desfachatez de cobrar el máximo mensual de la pensión de jubilación? ¿Y cómo es posible que se lo pague el Estado de la España a la que, presuntamente, ha estado robando desde que se subió al coche oficial?
¿Cómo es posible que, a estas alturas de la miserable película de la corrupción –¡toma Halloween!–, los Griñán y los Chaves y los sindicalistas chorizos de la UGT y sus jefes sigan en el machito, como si aquí no hubiera pasado nada?
¿Cómo es posible que la mayoría de los medios de comunicación social sólo quieran enterarse y enterarnos de lo uno, y no de lo otro? ¿Cómo es posible que no quieran darse cuenta de que la única manera de silenciar al populismo demagógico rampante es, obviamente, silenciándolo?
¿Cómo es posible que sean tan insensatos que sigan refugiándose y haciendo como que se excusan utilizando eufemismos como interrupción del embarazo para el crimen nefando del aborto, o el de Estado Islámico para esa caterva asesina de terroristas de la Yihad? ¿Eso es un Estado?
¿Cómo es posible que tenga que ser verdad lo que escribe Ignacio Camacho de que, «o el poder emprende una limpieza enérgica de este ambiente moral irrespirable, o se la va a hacer la gente sin miramientos»? ¿O eso otro que pregunta, entre asombrado e indignado, Gabriel Albiac: «¿Con qué verdadera división de poderes Mas y sus predecesores en la plaza de San Jaime no estarían en presidio?»? Una pareja de la Guardia Civil sería suficiente…
¿Cómo es posible que tenga que ser verdad lo que, lucidísimamente, ha escrito Jaime González, en ABC: «Si en Cataluña existiera una auténtica sociedad civil capaz de erigirse en verdadero contrapoder, no haría falta ninguna Sociedad Civil Catalana. Cuando un grupo de personas tiene que aglutinarse en Cataluña bajo ese nombre, es que el nacionalismo ha conseguido romper y corromper los muros del sistema»?
¿Cómo es posible que el ministro de Hacienda quiera poner un nuevo impuesto a la sufrida clase media española -si es que queda ya algo de ella-, metiendo el cazo en la venta de vivienda usada o en la vivienda dejada en herencia por los padres a su hijo? ¿Pero por qué razón el Estado se tiene que meter hasta en eso? ¿Por qué la Ley en España está hecha, como dice uno de sus máximos administradores, para los robagallinas y no para los ladrones a gran escala, de guante blanco y paraíso fiscal asegurado?
¿Cómo es posible, en resumidas cuentas, que tanto golfo y tanto corrupto sean, desgraciadamente, como ese reguero que van dejando algunos camiones de la basura, mucho más pestilente que lo que se llevan?
Seguiremos preguntando cómo es posible…