Un hombre poseído por la verdad, vertebrado por la verdad: esto es para mí Juan Pablo II. La verdad buscada sinceramente, como plataforma interior básica. La necesidad congénita de la inteligencia humana es la búsqueda de la verdad. El encuentro con la verdad es el sosiego de la mente, es su luz gozosa. «Quien busca la verdad se encuentra con Dios, porque Dios es la verdad» (Edith Stein). Y quien, desde la sinceridad humilde de la mente, busca la verdad, se encuentra con Cristo, porque «todo el que es de la verdad, escucha mi voz». dice Jesucristo en el evangelio. Un alma sedienta de verdad: eso es el alma de Juan Pablo II. Él podía afirmar con toda razón: «La verdad es mi país». Desde la experiencia viva de su quehacer intelectual, él habló de la verdad con una profundidad y una belleza pocas veces superada en el pensamiento filosófico y teológico de la Historia. Porque buscó la verdad, cayó en los brazos del abismo glorioso del Dios vivo. Enamorado de la verdad, Juan Pablo II quedó atrapado por Cristo.
Juan Pablo II -porque la verdad era la razón de su búsqueda intelectual y vital- practicó la sinceridad en el diálogo, en la conexión verbal con todos los seres humanos. La sinceridad implica y exige ser fieles a la verdad. Quien es de la verdad, vive en sinceridad. La sinceridad es un aspecto irrenunciable de la verdad. Nunca es lícito engañar. Y engaña quien piensa una cosa y dice otra, quien oculta con sus palabras la verdad de su alma. Engaña quien niega la verdad, y «negar la verdad es un adulterio del corazón» (san Agustín). La sinceridad de Juan Pablo II resplandece en cada una de las palabras de sus extensas y ricas comunicaciones a los miembros de la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. Ninguna circunstancia, ninguna ambición, ningún temor condicionó o debilitó sus palabras. La sinceridad es valentía, es riesgo, es prudencia. La sinceridad sólo se puede practicar y vivir desde la humildad. La humildad que filtra muy bien las palabras, que las administra para no decir nada que pueda marginar o destruir otras virtudes. La sinceridad siempre va acompañada de respeto y amor. La sinceridad de Juan Pablo II es pura fidelidad a Cristo y a la dignidad del hombre en Cristo.
La coherencia, la autenticidad, ser consecuente con lo que se piensa y se dice, la honradez exige buscar la verdad, decir la verdad y vivir la verdad. Quien dice una cosa y piensa otra es un mentiroso, pero quien dice una cosa y hace otra es un hipócrita. La honradez intelectual exige buscar como quehacer primero la verdad, la honradez convivencial exige decir la verdad, engaña quien no la dice, pero quien no la vive se traiciona y traiciona. El hipócrita es ciudadano de la indignidad. Es un estafador. No se puede pedir, ciertamente, que sólo hable de perfección quien la haya conseguido, pero sí se puede y se debe pedir que hable de perfección quien quiera vivirla. De un gran sacerdote se ha escrito que hablaba convirtiéndose, es decir, poniendo en su palabra toda la hondura de su compromiso personal. Eso es ser coherente. ¿Quién puede negar la coherencia total del pensamiento, de la palabra y de la vida de Juan Pablo II? Su pensamiento era su palabra, y su palabra eran sus hechos. Obras, palabras y pensamiento en la misma línea. Transparencia pura de la verdad, transparencia de Cristo mismo. Si ha dicho que sólo puede ser un apóstol de Cristo quien asume la cruz de Cristo, quien acepta a Cristo con todas las consecuencias, ¿puede ser apóstol de Cristo quien no asume el riesgo de la persecución y el martirio? Nunca se puede olvidar lo que Juan Pablo II ha tenido siempre muy claro: la fidelidad a Cristo no se cobra en este mundo, se paga. Aquel seguidor oficial de Cristo que no sufre persecución, o es porque nunca dijo la verdad de Cristo, o nunca practicó su justicia.
La intencionalidad limpia, los limpios motivos del decir y del hacer: éste es el cuarto elemento esencial de la honradez integral. Quien, diciendo verdades y haciendo bondades, busca algo para sí mismo en el secreto de sus intenciones, no es digno de Cristo. Quien cultiva su ego, envolviéndolo en las nobles apariencias de verdades y bondades, es un ser moralmente despreciable. Ha entrado en el terreno del egoísmo más corrosivo. Hacer el bien sin esperar nada, sin querer nada, sin querer otra cosa, como premio, que subir a la cruz con Cristo, eso es pureza de intención. El gran premio de los seguidores de Cristo es morir en la cruz con Cristo. Quien no aspira y anhela, como el mejor premio de su vida gastada por los demás, llegar a participar en la persecución a Cristo, no ha entendido a Cristo. ¿Ha entendido a Cristo Juan Pablo II? ¿Qué ha buscado y qué ha vivido, y por qué ha padecido? Sólo Cristo, sólo el conocimiento, el seguimiento, y la glorificación de Cristo. Sólo Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Razón última de la vida de los santos: vivir en la cruz para que todos vean a Cristo.
Juan Pablo II, un hombre atrapado por la Verdad, por Cristo, por el Dios que se nos ha manifestado en Cristo. Por eso, Juan Pablo II es uno de los hombres más íntegramente honrados de la historia de la Humanidad. Ni se engañó, ni nos engañó. Y la verdad le hizo libre, es decir: santo, creíble.
Francisco López Hernández