Una mujer que había pasado una gran prueba, preguntada por cómo afrontaba su vida, contestó: «Es necesario pedir al Señor tiempo para saber leer la historia de nuestra vida». Solo así podremos ser conscientes de los dones que nos son regalados y, cuando caemos en la cuenta, descubrimos una belleza que, en palabras del escritor José Manuel Mora Fandos, «parpadea fugazmente en cualquier momento inesperado, habita inadvertida en nuestra misma casa, susurrando, y casi siempre acaba complicándonos un poco la vida porque es profundamente humana y nos liga a las luces y sombras del otro».
La respuesta que surge ante esta certidumbre solo puede ser agradecimiento. Solo así se entiende que pudieran dar la vida por ese amor que les consumía. Parte de esta intuición se encuentra en la novela de Rafael Álvarez Avello Recuerde el alma dormida, recientemente publicada por la muy interesante editorial La Huerta Grande.
Sí, supongo que al lector le ha sucedido lo mismo que a mí, y no ha podido remediar terminar los versos: Recuerde el alma dormida/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando. Las letras de Jorge Manrique forman parte de nuestro patrimonio, y nos conforman y confortan, estableciendo un padecimiento compartido con el poeta. Al autor esos versos que escuchó desde niño le empujaron a adentrarse y profundizar durante años en quién era Jorque Manrique, y a completar una novela donde poder narrar la historia del poeta en pleno siglo XV.
En Recuerde el alma dormida hay historia y hay ficción. Lejos de ser un demérito para la novela es, en esos mismos hechos, fruto de la imaginación de Álvarez Avello, donde hay destellos de esa belleza fugaz, como por ejemplo en esa batalla entre moros y cristianos a los que sorprende la noche, y el frío les obliga a pasar esas horas de oscuridad acurrucados los unos con los otros para soportar las bajas temperaturas, la explicación de los amores de Jorge Manrique, o la existencia de un hermanastro del poeta.
Y todo ello lo hace como en una conversación, como si un amigo estuviera relatando historias, a veces susurrando, a veces elevando el tono. Pero esta novela guarda todavía una idea que a medida que se suceden las páginas, va tomando forma: el agradecimiento por lo recibido, que suele ser además a través de otros, de los que estaban allí (no se sabe desde cuándo, quizá desde siempre) y a lo mejor no les prestamos la debida atención.