Hace bien poco, las portadas de los periódicos estaban copadas por las decapitaciones del Estado Islámico. Los cristianos eran masacrados en Irak y Siria. El terror del ISIS impuso una furia poco conocida pero sus tácticas son viejas. Ya los cristianos eran decapitados por sus enemigos desde los primeros siglos. De ello da fe san Dionisio y compañeros mártires, que fueron decapitados a las afueras de París, en el siglo III.
San Dionisio nació en Italia cuando todavía el Imperio Romano se alzaba fuerte y poderoso. Él, junto con otros seis compañeros, fue enviado a las Galias por el Papa Fabiano para difundir el Evangelio en aquella parte del mundo. Allí, lo que hoy es Francia, fundó numerosas iglesias y se convirtió en el primer obispo de París, que entonces se llamaba Lutecia Parisiorum.
En el año 272 se produjo una de las persecuciones contra los cristianos promovida por el emperador Aureliano. San Dionisio, san Eleuterio y san Rústico, obispo, diácono y presbítero respectivamente, fueron capturados y encarcelados. Fueron condenados a morir decapitados. En aquellos años la decapitación era un ajusticiamiento considerado digno, y reservado solo a los ciudadanos romanos.
La muerte de los tres santos tuvo lugar en la actual Montmartre, que entonces se llamó Mons Martyrium. Al ser decapitado, la tradición cuenta que san Dionisio se agachó y recogió su cabeza, que estaba por los suelos, y con ella entre las manos caminó durante seis kilómetros. Su camino terminó cuando entregó su cabeza a una piadosa mujer romana llamada Casulla. Acto seguido se desplomó y justo allí se erigió una basílica en su honor, hoy conocida como Saint-Denis.
A la muerte de Dionisio su fama se fue extendiendo durante la Edad Media. Empezó en Francia y pronto llegó hasta España y Alemania. Hoy la Iglesia celebra su fiesta de forma universal el 9 de octubre.