«¡Solo la paz es santa… jamás la guerra!»
«¡Solo la paz es santa… nunca la guerra!». Las religiones deben liberarse del peso del fundamentalismo y del odio. Nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia, es incompatible con la fe. Palabras del Papa en una jornada de oración y de llanto. Porque la paz se debe llorar e implorar. Una jornada para escuchar el grito de los pobres, los explotados, los bombardeados y martirizados. Millones de personas que tienen sed de amor y de tranquilidad. Son los sedientos de hoy. Por ellos clamó Francisco, junto con decenas de líderes religiosos en Asís
Jorge Mario Bergoglio quiso seguir los pasos de sus dos predecesores. No solo de Wojtyla, también de Ratzinger. Por eso aceptó participar en el encuentro interreligioso organizado por el movimiento comunidad de Sant’Egidio, 30 años después de su primera edición en 1986. Tan impactante fue el legado de aquella reunión inicial que se transformó en el llamado espíritu de Asís. En 2011 Benedicto XVI también asistió.
Antes de partir para esa localidad, este martes 20 de septiembre, Francisco explicó el por qué de su presencia. Aclaró que no se trata de «hacer espectáculo» sino, simplemente, de «rezar por la paz». En el sermón de su Misa matutina, en la casa Santa Marta del Vaticano, instó a no cerrar los oídos al grito de los pobres que sufren bajo las bombas y padecen la explotación de los traficantes de armas. Y precisó: «[El único] Dios es de paz. No existe un dios de la guerra, el que hace la guerra es el maligno, el diablo, que quiere matar a todos».
Más tarde, pasadas las 10:30, el Pontífice se subió a un helicóptero que lo condujo del Vaticano hasta un campo deportivo a las afueras de Asís. De allí se trasladó al patio interno del Sagrado Convento donde saludó, uno por uno, a los más de 500 representantes venidos de todo el mundo para la ocasión y representantes de nueve religiones distintas. Con ellos estaban varios premios Nobel de la Paz y un grupo de 25 refugiados.
Ellos, desplazados por las guerras, llevaron sus historias de dolor a la misma mesa que el Papa y los representantes de las religiones. Se sentaron muy cerca del patriarca ortodoxo Bartolomé I, el primado anglicano Justin Welby, el vicepresidente de la universidad musulmana de Al-Azhar Abbas Shuman, el rabino David Rosen y la presidente de los judíos de Roma, Ruth Dureghello.
A la comida siguió la oración. Las religiones no rezaron mezcladas. A cada credo le tocó una zona exclusiva e independiente. En esto Francisco siguió la huella de Benedicto XVI, quien en 2011 pidió reformar el formato el encuentro de Asís para evitar equívocos sincretismos.
La ceremonia de los cristianos tuvo lugar en la basílica inferior, a pocos pasos de la tumba de san Francisco. Una liturgia donde se imploró por las principales zonas de conflicto en el mundo. De Birmania a Burundi, de Afganistán a Libia, pasando por Nigeria, Gabón, Senegal, Siria, Sudán del Sur, Ucrania y la península coreana. Entre las intenciones se incluyó el «fin de las tensiones en Venezuela», la paz en Colombia y el «final de la violencia en México herido por el narcotráfico».
El paganismo de la indiferencia
En su mensaje, Bergoglio pidió que los cristianos se conviertan en «árboles de vida» que absorban la indiferencia y devuelvan al ambiente «oxígeno de esperanza». Llamó a escuchar la voz de los que sufren, el «grito escondido de los pequeños inocentes a quienes se les ha negado la luz de este mundo», la «súplica angustiada de los pobres y de los más necesitados de paz». Y denunció que las guerras «contaminan los pueblos con el odio y la tierra con las armas».
«Imploran la paz nuestros hermanos y hermanas que viven bajo la amenaza de los bombardeos o son obligados a dejar su casa y a emigrar hacia lo desconocido, despojados de todo. Tienen sed. Pero a ellos se les da a menudo, como a Jesús, el amargo vinagre del rechazo. ¿Quién los escucha? ¿Quién se preocupa de responderles? Ellos encuentran demasiadas veces el silencio ensordecedor de la indiferencia, el egoísmo de quien está harto, la frialdad de quien apaga su grito de ayuda con la misma facilidad con la que se cambia de canal en televisión», lamentó.
Terminadas las oraciones individuales, los líderes religiosos se dirigieron a la explanada central de Asís para la ceremonia conclusiva. Tomaron la palabra varios de ellos. El patriarca Bartolomé pidió un «autocrítica» y un «autoanálisis» de las religiones. Animó a cuestionarse por qué surgieron los fundamentalismos y solicitó aislarlos, purificarlos y transformarlos «en riqueza para todos».
Especialmente conmovedor fue el testimonio de Tamar Mikalli, una mujer que vivió la guerra en Alepo hasta que no pudo más y se vio obligada a huir de Siria con su familia, afrontando numerosas dificultades. Y luego habló el Papa, esta vez ante más de 10.000 personas.
«Tenemos sed de paz, queremos ser testigos de la paz, tenemos necesidad de orar por la paz, porque es un don de Dios y a nosotros nos corresponde invocarla, acogerla y construirla cada día», exclamó. Francisco denunció que tiempo actual padece una «gran enfermedad»: la indiferencia. Un «virus que paraliza», que nos «vuelve inertes e insensibles» y ataca el centro mismo de la religiosidad, provocando un «nuevo y triste» fenómeno: el «paganismo de la indiferencia».
El Papa advirtió de que nadie puede permanecer indiferente ante un mundo donde tantas guerras olvidadas. «Pienso en las familias, cuyas vidas han sido alteradas; en los niños, que en su vida solo han conocido la violencia; en los ancianos, obligados a abandonar sus tierras: todos ellos tienen una gran sed de paz. No queremos que estas tragedias caigan en el olvido. Juntos deseamos dar voz a los que sufren, a los que no tienen voz y no son escuchados. Ellos saben bien, a menudo mejor que los poderosos, que no hay futuro en la guerra y que la violencia de las armas destruye la alegría de la vida», dijo.
Más adelante aseguró que los creyentes no tienen armas, solo tienen confianza en la fuerza mansa y humilde de la oración. Y aclaró que la paz invocada desde Asís no es una simple protesta contra la guerra; ni siquiera «el resultado de negociaciones, compromisos políticos o acuerdos económicos, sino resultado de la oración». Los líderes religiosos –añadió– buscan el «agua clara de la paz» que anhela la humanidad y que no puede brotar de los desiertos del orgullo, de las tierras áridas del beneficio a cualquier precio y del comercio de las armas.
Hay unos 50 millones de niños en el mundo sin acceso a ella. El español Miguel Ángel Ayuso, secretario del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, habla de la importancia de la educación como un factor de paz, «porque solo a través de la educación podemos mirar hacia el futuro y no al inmediato». El prestigioso filósofo Zygmunt Bauman apostó en Asís por apuntalar la educación con el diálogo como actor principal para dar instrumentos «que permitan resolver los conflictos de una forma diferente». El desafío es grande pero, al contrario de lo que pueda parecer, los costes pueden resultar ínfimos: «Educar a 50 millones de niños cuesta cuatro millones de euros, lo que diez carros armados», sostiene César Alierta, que presentó en este encuentro la fundación Profuturo, un proyecto con el que pretende llevar la educación digital a todos los rincones del mundo. Se trata de una iniciativa auspiciada por el propio Papa Francisco que pidió al expresidente de Telefónica ayuda para acabar con el analfabetismo en el mundo.
«Creemos en un mundo fraterno»
Francisco reconoció las diferencias que existen entre las religiones, pero sostuvo que ellas no son motivo de conflicto o polémico. «Hoy no hemos orado los unos contra los otros, como por desgracia ha sucedido algunas veces en la historia», añadió. Y subrayó: «No nos cansamos de repetir que nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia».
«Aquí, nosotros, unidos y en paz, creemos y esperamos en un mundo fraterno. Deseamos que los hombres y las mujeres de religiones diferentes, allá donde se encuentren, se reúnan y susciten concordia, especialmente donde hay conflictos. Nuestro futuro es el de vivir juntos. Por eso, estamos llamados a liberarnos de las pesadas cargas de la desconfianza, de los fundamentalismos y del odio. Que los creyentes sean artesanos de paz invocando a Dios y trabajando por los hombres. Y nosotros, como responsables religiosos, estamos llamados a ser sólidos puentes de diálogo, mediadores creativos de paz», abundó.
Inmediatamente después se leyó una declaración conjunta por la paz cuyo texto fue entregado a 34 niños de once países distintos (Italia, Albania, Polonia, Rumania, Burkina Faso, Costa de Marfil, Marruecos, Colombia, Perú, Filipinas y Siria). Todos los líderes firmaron, y pasaron uno a uno a encender unas candelas de llama perenne.
El fuego de las lámparas pareció iluminar el atardecer de una ceremonia que concluyó mientras todavía resonaba en el ambiente una frase pronunciada por Juan Pablo II en ese mismo lugar hace 30 años: «La paz es una obra en construcción abierta a todos y no solamente a los especialistas, sabios y estrategas. La paz es una responsabilidad universal».