Llega el momento de regresar, tras dos años al servicio de los refugiados toca volver a España para continuar con mi formación. Hay que hacer la maleta, empaquetar en 23 kilos una vida. Debo dejar atrás todo aquello que sea demasiado pesado, que no aporte nada bueno, que haga que mi equipaje sea demasiado difícil de llevar. Aquí se quedarán los sufrimientos de los primeros meses con el árabe, algunas discusiones con compañeros, momentos de tensión en los que perdimos los nervios, las largas noches en las que no encontraba la esperanza… Demasiado peso para un corazón llamado a amar y a entregarse.
No todo se quedará en tierra. En la maleta ya he metido muchos recuerdos. Me llevo la sonrisa de Moayad cuando sale al patio a jugar con sus compañeros, también las primeras palabras de Hader tras meses de silencio. En un huequecito he metido a los niños del fútbol y entre medias de cada camiseta me ha cabido un nombre. Nombres de alumnos, nombres de madres, nombres de compañeros de fatigas, nombres de amigos con los que he compartido la vida. Al final de todo meteré también las lágrimas derramadas para mantener siempre el corazón tierno ante el sufrimiento del mundo.
La maleta está llena, pero todavía quedan cosas. Lo más importante lo llevaré en la mano para que no se pierda por el camino. En la mano me llevo cada uno de los pequeños milagros de los que he sido testigo. En la mano llevo la certeza de que el amor es mucho más fuerte que el odio, que por grande que sea la herida siempre hay esperanza para la reconciliación y la sanación. En la mano llevo vida en abundancia.