20 de julio: san Elías, un profeta «insignificante» que hace cosas grandes
Elías fue la voz de la conciencia para los desmemoriados israelitas y puente entre judíos y cristianos, porque devolvió a unos y otros la mirada sobre el verdadero Dios
Bastaron cinco capítulos del Antiguo Testamento para que la enjuta figura del profeta Elías marcara para siempre la memoria colectiva y religiosa del pueblo judío, y para que de la mano de Juan el Bautista se convirtiera también en una presencia imprescindible para entender el Nuevo Testamento.
Elías vivió aproximadamente 800 años antes del nacimiento de Jesús. De algún modo fue la voz de la conciencia para los desmemoriados israelitas de aquellos años, muchos de los cuales se habían echado en manos de los dioses cananeos, los baales, olvidando así al Dios que los sacó de Egipto y de la esclavitud. Entre ellos estaba el mismo rey Ajab, casado con una fenicia que empujaba a Israel a este cambio de culto.
«Es un personaje extraordinario, que llama al pueblo a recuperar el culto al verdadero Dios», explica José Barta, director del área de estudios judeocristianos de la Asociación para el Estudio de la Doctrina Social de la Iglesia (AEDOS) y experto conocedor de la religión judía.
Los libros de los Reyes cuentan que en este agitado período de la historia judía, Elías se vio obligado a huir lejos del país, donde realizó varios signos que evocan los milagros que más tarde hará Jesús: multiplica el pan de la viuda de Sarepta de Sidón y resucita a su hijo. Al volver, retó a los profetas de los baales en el Carmelo a demostrar qué dios es capaz de mandar fuego del cielo para realizar un sacrificio. También devolvió la lluvia al país después de siete años de sequía.
Pero Elías no es solo un profeta del pasado, sino del presente y también del futuro. El segundo Libro de los Reyes cuenta que fue arrebatado al cielo en un carro de fuego, un acontecimiento de simbología compleja que «de alguna manera muestra que Elías no muere, que permanece vivo en el Señor para cumplir más tarde la misión de preceder al Mesías», asevera Barta. Esto lo confirma la misma Escritura cuando Dios afirma por boca de Malaquías, en la última frase que figura en el Antiguo Testamento: «Os envío al profeta Elías antes de que venga el Día del Señor».
«Un hombre débil y poderoso»
Todo ello ha hecho de Elías una presencia activa en la tradición judía hasta el día de hoy. José Barta explica, por ejemplo, que en el séder de la cena de Pascua, que conmemora la liberación de Egipto, al profeta se le reserva un asiento vacío y una copa guardada especialmente para él. Asimismo, en la ceremonia de la circuncisión de los varones, hay también un lugar vacío reservado para Elías, como el profeta que está ahí para velar por la fidelidad del pueblo elegido a los preceptos de Dios. «En realidad, todo Israel está esperando de nuevo a Elías, porque sabe que después de él llegará el Mesías», continúa Barta. De hecho, Jesús identifica a Juan el Bautista con el mismo Elías, «aquel que tenía que venir», y «ya ha venido y no lo reconocieron». «Él es el precursor, el que tiene el espíritu de Elías», confirma Barta. Además de ello, el profeta aparecerá junto a Moisés en el monte Tabor, durante la Transfiguración, como «señalando de nuevo al pueblo judío la necesidad de volver los ojos al auténtico Dios».
No faltan tampoco quienes ven en Elías a uno de los dos «testigos» que menciona el Apocalipsis en su capítulo 11, aquellos que preparan de nuevo la segunda venida de Cristo con signos y milagros, llamando al mundo a la conversión.
En cualquier caso, a pesar de toda la potencia que tiene el profeta Elías en la conciencia religiosa del pueblo judío, y aun con su papel de precursor del Mesías que es Jesucristo, «él en sí mismo era consciente de que no era nadie», afirma José Barta. «Elías es poderoso en su insignificancia, porque aun cuando sea capaz de resucitar muertos y separar las aguas, en él se manifiesta un poder que no es suyo, sino de Dios. Al fin y al cabo, Elías es un hombre débil que hace cosas grandes, porque Dios es un Dios grande».
Elías es también una figura relevante en el cristianismo por su vinculación con el Carmelo. Los primeros ermitaños se asentaron en esta zona siguiendo sus huellas, «porque Elías se muestra en la Escritura como el hombre que es capaz de escuchar en la brisa suave el susurro de la voz del Señor». Del mismo modo, durante siglos los carmelitas «han buscado oír a Dios en el silencio, en lo imprevisible, de manera suave, siempre pendientes del Señor en lo callado y en lo pequeño, al igual que Elías», dice Barta.