Digámoslo todo de una vez, así, sin anestesia. Una niña de un grupito de chavalería que va a la piscina municipal, dice haber visto un gesto demasiado cariñoso del instructor con uno de los niños. Los padres piden su cabeza, la directora de la piscina se acelera con lo que ha pasado, y asistiremos también al peso de su propio historial.
Hay un segundo instructor, también joven y amigo del primero, que no puede creérselo, está perdido y perplejo. Este es El principio de Arquímedes de Josep María Miró, que se puede ver hasta el 2 de noviembre en el Teatro de la Abadía de Madrid. Pues la obra no habla de pederastia. Lo digo otra vez para corroborar que no ha sido un error tipográfico: el meollo no va de pederastia, sino de cómo hemos llegado a una posición social de desconfianza absoluta, de por qué partimos del prejuicio y no del hecho, que ya no hay fe en el otro, que vivimos más para arañarnos que para facilitar encuentros.
Lo he hablado mil veces con amigos: en mis tiempos de chaval, la comunidad de vecinos era un corral de familia donde todos bajábamos paella los domingos a los espacios públicos (es que ahora se llaman así). Hoy coincides con el vecino de abajo en el ascensor y te mira mal si ayer te oyó teclear en el ordenador a partir de la hora de silencio que estipula el reglamento de la casa. Yo creo que Miró quiere ofrecer al espectador la clarividencia de que el protagonista es inocente y sobre él caen todas las trampas de incomunicación que estamos creando. La dirección es espléndida, con un montaje parecido a la película Memento de Christopher Nolan, en el que la línea temporal se va troceando.
No entiendo los desnudos integrales en escena, son más una presentación del actor que una representación del personaje, ¿me explico? El ejemplo más claro es el del inodoro que Duchamp expuso en el Museo de Nueva York con el título La Fuente. El francés traspasó la linde de la representación de la cosa a la cosa en sí, el arte entonces hace pluf y se desvanece. Me encanta la actriz Roser Batalla, es nuestra Jodie Foster, angulosa, matrona, fría. En el clímax de la historia, su personaje suelta un discurso muy inteligente: “¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”, es decir, ¿por qué el ser humano se ha convertido en sospechoso por el hecho de estar vivo?, ¿de qué nos están alimentando los medios de comunicación?, ¿cuál es la ligazón que me une al otro?
★★★★☆
Teatro de la Abadía
Calle Fernández de los Ríos, 42
Quevedo
OBRA FINALIZADA