Hay países invisibles. Realidades invisibles. Cada día y a través de mi profesión que vivo como vocación, intento que esto no sea así. Hay que sacar a la luz y visibilizar esas realidades, porque lo que no vemos o vivimos hace que nos cueste más entenderlo o percibirlo, y porque, como se dice, ojos que no ven, corazón que no siente.
Hace sólo unas semanas, he tenido la ocasión de coordinar el Viaje de Medios a Burundi, de Manos Unidas, mostrando a varios periodistas españoles la realidad de los países empobrecidos, la desigualdad, injusticia o secuelas de la guerra que viven sus habitantes y la labor que la ONG de Desarrollo de la Iglesia Católica en España realiza con el apoyo anónimo de miles de personas.
Durante ocho días, viajamos por el llamado país invisible del corazón de África, visitando proyectos de desarrollo en el país, y casi siempre acompañados por el misionero palentino e incombustible, el padre Germán Arconada, un hombre que a sus 77 años es un símbolo de la especie en extinción que ya son los misioneros europeos en este y otros países de África. A su lado, visitamos proyectos agrícolas, escuelas rurales en Bubanza, un proyecto de canalización de agua por gravedad, en la provincia de Bururi, y dos de los proyectos de los que más orgulloso se siente Arconada: una maternidad en Tenga y un centro educativo en Kanyhosa. «Me encantan esos planes imposibles -dice sonriendo-; decían que no se podría hacer y ahí están».
También conocimos en Gitega la labor que, iniciada por los Padres Blancos (Misioneros de África), fomenta la dignidad para los más pobres entre los pobres del país: los batwas o pigmeos, una minoría étnica de 160.000 personas, que no supone ni el 2 % de la población del país, y que en muchos casos aún viven en casas de paja diseminadas por el campo, sin acceso al agua y con una economía de subsistencia insuficiente y que no prevé las épocas de lluvias.
Pero, además, conocimos un centro de formación y capacitación centrado en la generación perdida por la guerra civil que sufrió el país durante 12 años (1993-2005): el Centro de Jóvenes de Kamenge, que nació hace 22 años por el empeño del carismático padre Claudio Marano, un javeriano italiano considerado como una de las cincuenta personas más influyentes del país. En Kamenge conviven, se forman, informan y participan en numerosas actividades, cada año, unos 45.000 jóvenes de entre 16 y 30 años, y conviven sin importar su credo, estatus, sexo, ideología, o si pertenecen a la etnia hutu o tutsi. Y precisamente, en los próximos meses, este centro tendrá un reto muy especial, porque en 2015 se celebrarán elecciones en el país y ya se nota cierta tensión en el ambiente.
Más que nunca, la educación de los jóvenes será esencial y una de las principales armas que ayude a lograr la paz duradera en Burundi, demostrando, una vez más, que, como dijo el desaparecido Mandela, «la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo».