Cuatro millones y medio de españoles todavía sin trabajo, y la mayoría desde hace mucho tiempo; cientos de miles de familias en las que, a fin de mes, sigue sin entrar un euro, aunque parece que ahora casi medio millón va a poder empezar a disponer de 426 euros al mes; una deuda pública superior al valor de todo lo que se produce en la nación: son datos objetivos, reconocidos oficialmente. Y, a pesar de eso, representantes legítimamente elegidos en unas elecciones libres hablan -aunque a última hora lo matizan- de que la crisis ha empezado a pasar a la Historia. ¿Ah, sí? Lo cierto es que ni lo entiendo, ni me parece que nadie sensato pueda entenderlo.
Conseguidores, beneficiarios a título lucrativo, cínicos y pícaros de todo pelaje llenan las portadas de los periódicos y aburren en las tertulias televisadas; a algunos de ellos, corruptos antes de empezar a pisar moqueta, les está saliendo gratis una campaña electoral anticipada, y lo que te rondaré…; y, sin embargo, ni el menor debate social sobre la lacra criminal del aborto, ni sobre la aprobación, silenciadísima, de las madres de alquiler, ni sobre la falta clamorosa de educación. Lo cierto es que ni lo entiendo, ni me parece que nadie sensato pueda entenderlo.
Asesinos redomados saliendo de las cárceles con la condena cumplida a medias y sin arrepentirse ni pedir perdón de nada; independentistas y separatistas que siguen consiguiendo dinero de un Estado del que reniegan; corruptos a manta, a los que la declaración de la renta les sale a devolver, y que siguen sin ir a la cárcel y, por supuesto, sin devolver ni un céntimo de lo que se llevaron crudo, a pesar de lo cual siguen en cargos públicos, o han conseguido salir de ellos sin que sus chanchullos y sus nombres hayan vuelto a saltar a las portadas; y, mientras tanto, en las portadas de los periódicos y en las tertulias televisadas, con tanto monaguillo dispuesto a llevarle la cartera al candidato de turno, el chismorreo banal: que si éste gana más que aquél, o menos que aquel otro. Lo cierto es que ni lo entiendo, ni creo que nadie sensato pueda entenderlo.
Palabras y más palabras, polémicas y más polémicas sobre lo que ganan los cargos públicos, sin que nadie se plantee, ni plantee a los demás, preguntas tan elementales como éstas: ¿ganan, o cobran? ¿Todos se merecen lo que cobran? ¿Con lo que cobran tienen que pagar algo, o además tienen la vida prácticamente gratis y la superjubilación blindada? ¿Por qué razón? Si es tan poco lo que cobran, ¿por qué se afanan tanto por asegurarse el chollo de un cargo público nacional, autonómico, municipal? ¿Le ponen a alguien una pistola en el pecho para que se dedique, como hacen muchos de ellos, a calentar escaño y poltrona? Sí, ya sé que hay notabilísimas y admirables excepciones que confirman la regla. Lo cierto es que ni lo entiendo, ni me parece que nadie sensato pueda entenderlo. Pero, ¿alguien sabe a dónde han ido a parar la sensatez y el sentido común y el respeto al bien común?
Rajoy dice que el final de la crisis económica se ve «en las barras de las cafeterías, en las mesas de los restaurantes, en las nóminas de muchos españoles y en el interior de los hogares». ¿De qué hogares? Lucía Méndez le replica, en El Mundo, que «es obvio que Rajoy no frecuenta las cafeterías y restaurantes de mi barrio». Baja el precio del petróleo en caída libre, pero ni se nota casi en las gasolineras. Y, mientras el gasto de la Generalidad de Cataluña aumentará nada menos que un 36 % en 2015, porque, entre otras cosas, Mas quiere multiplicar lo que él llama sus embajadas, a nuestros gobernantes sólo les falta ya ponerse a dialogar de rodillas ante los separatistas. Lo cierto es que ni lo entiendo, ni me parece que nadie sensato pueda entenderlo.
Menos mal que, en Sevilla -¡hay que ver qué cosas pasan, en vísperas de la Navidad!-, Pedro, que vende pañuelos en un semáforo para ganarse la vida, se encuentra una cartera con tres mil euros y la entrega a la Policía porque, según él, «Dios dice que no hay que robar; por eso no pensé en coger el dinero, porque a mí sólo me importa ser honrado». Y, mientras tanto, hay quien pide que sean retirados de coches patrulla de la Policía unos mensajes, a base de destellos luminosos, en los que se leía: «¡Feliz Navidad!», porque «distraen a los conductores y pueden provocar accidentes…». ¿A quién se le ocurre? Lo cierto es que ni lo entiendo, ni creo que nadie sensato pueda entenderlo. ¡Ah, que se me olvidaba! Pedro es nigeriano…