Un 4x4 hace posible que en Kimbiri (Perú) empiece a haber catequistas
En la Amazonia peruana, ACN ha sido clave para empezar a formar a laicos que sean pilar de su comunidad. La fundación pontificia les dedica su campaña de Navidad
La misión en el valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (conocida en Perú como el VRAEM), en la Amazonia peruana, «es totalmente de primer anuncio», recalca Dayana Romira, misionera laica argentina que lleva un año y medio en la zona. No hubo presencia oficial de la Iglesia hasta 2016. Y, aun así, apenas existía más que sobre el papel: un único sacerdote, en Pichari, poco podía hacer para atender a más de 150 comunidades.
Solo se pudo comenzar realmente a trabajar cuando, hace cuatro años, llegaron los primeros misioneros de Argentina llamados por el vicario apostólico de Puerto Maldonado (a 900 kilómetros), David Martínez Aguirre. Formaban parte de un proyecto novedoso de la Iglesia en Argentina para enviar equipos mixtos de «todas las vocaciones» a la misión ad gentes. Querían «responder al pedido de misioneros del Papa Francisco en Querida Amazonia y buscar caminos de sinodalidad», relata Romira.
Ella forma parte de la segunda promoción, un grupo de un sacerdote y seis laicos. Tienen a su cargo las 80 comunidades de la parroquia de San Juan Bautista, con sede en Kimbiri. Tres viven allí. Los otros cuatro, en Villa Virgen, a 80 kilómetros. «Desde esos puntos nos vamos trasladando para visitar a las comunidades», explica. Se trata de poblaciones tanto de nativos (ashanika y machiguenga) como de colonos. La pastoral no es fácil: «Desde que los primeros compañeros llegaron aquí hace cuatro años, todavía no se ha logrado visitar todas. Las distancias son muchas. Por ejemplo, la más distante está a cuatro horas y media. Y los caminos son complicados».
Además, antes de plantearse empezar a visitar una comunidad, «buscamos a una persona conocida» que tenga relación con alguien de allí, matiza la argentina. «No queremos ir solos, sino siempre con alguien que haga de nexo». Por eso, «hemos hecho opción por ir animando», con visitas más o menos mensuales, «a las comunidades que van mostrando más interés por nuestra propuesta». Algo que no siempre ocurre porque «la presencia evangélica es muy fuerte. Llegaron mucho antes» y hay sitios donde están muy asentados. «A veces aceptan nuestra llegada y otras no».
Uno de sus principales objetivos en las visitas a las aldeas, además de celebrar los sacramentos, es formar catequistas. Saben que son básicos para suplir la ausencia casi continua del sacerdote. Pero «todavía falta mucho camino», reconoce Romira. De momento, trabajan bastante con los profesores de Religión de los colegios, «fortaleciéndolos con herramientas pastorales y pedagógicas para que puedan animar la fe tanto en las escuelas como en los pueblos donde están».
Además, «en algunas comunidades van apareciendo personas con interés» que pueden actuar como referentes. Más que gente con formación —«que no la tienen», reconoce la misionera—, se fijan en los fieles «cercanos, a los que les guste estar con los niños, que no sean duros y que gusten de las cosas de Dios, que tengan el deseo de compartir el Evangelio». También que «se dejen acompañar».
Con ellos, «vamos empezando espacios muy incipientes de catequesis» y «diferentes propuestas con alguna formación». Nada demasiado estructurado o formal: «Durante las visitas, se dan diálogos donde ellos van sacando sus dudas y nosotros respondemos», explica Romira. Otro recurso son actividades puntuales, como «un pesebre ahora en Adviento. Tenemos además un libro muy sencillo y concreto que es una herramienta importante para ellos».
La idea es que cuenten con los rudimentos básicos para ofrecer a los niños «unas catequesis de tres o cuatro meses» para recibir el Bautismo o la Eucaristía. «En esta zona, las familias están continuamente en movimiento» en busca de trabajo. Frente a esta realidad, «el pedido del obispo es que hagamos catequesis cortas y profundas», apunta.
El proceso es lento: de momento solo han podido incorporar a su labor a tres o cuatro personas que no fueran los profesores. Con todo, ya han logrado tener una presencia y un vínculo con aproximadamente la mitad de sus comunidades, unas 40.
Sustento, formación y vehículos
Un elemento clave para lograrlo ha sido contar, desde hace un par de años, con dos vehículos 4×4 apropiados para viajar por una zona tan montañosa y difícil, sobre todo con las fuertes precipitaciones y derrumbes en la época de lluvias. Una de las camionetas se la donó la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN por sus siglas en inglés). «Gracias a ella pudimos llegar a comunidades» a las que antes no se podía ir, «para animar a esas personas que van mostrando interés» y que esperan que terminen siendo catequistas.
Los catequistas son, precisamente, los protagonistas de la campaña de Navidad de ACN, que con el lema Yo soy apóstol. Y tú también busca movilizar la generosidad para el sostenimiento y la formación de catequistas a través de 1.000 proyectos. La campaña pone el foco en tres necesidades urgentes: ayuda para el sostenimiento de los propios catequistas y que puedan vivir dignamente, recursos para su formación y medios de transporte para llegar a las zonas más remotas, como en Kimbiri.
En la presentación de la campaña, el pasado martes, José María Gallardo, director de ACN España, subrayó que los catequistas son la auténtica «primera línea de evangelización» en los rincones del mundo más vulnerables y desatendidos, como Sudán del Sur, Burkina Faso, Tanzania o Pakistán. Donde los sacerdotes no pueden llegar por la persecución, la guerra, la escasez de vocaciones o los accidentes geográficos, ellos celebran la Palabra con los fieles y preparan a los niños para los sacramentos. Ayudándolos, se «mantienes viva la fe en los lugares más olvidados y necesitados del planeta».