La Misa que dijo al mundo que España sería democrática - Alfa y Omega

Fallecido el general Franco el 20 de noviembre de 1975, a los dos días fue inmediatamente restaurada la monarquía con la proclamación del rey Juan Carlos I en las Cortes Generales. En su primer discurso como rey no reveló sus planes de futuro, más allá de afirmar que se abría una nueva etapa. Obligada cautela en aquel momento, precisamente para no cercenar dichos planes. Tras las exequias del dictador, a los cinco días de la proclamación, se celebró en la parroquia de San Jerónimo el Real la Misa al Espíritu Santo por esta proclamación, sobre cuya importancia política, más allá de la religiosa, coinciden la gran mayoría de los historiadores. «Nada ha cambiado, pero todo será diferente», fue el elocuente titular con el que la prensa británica sintetizó la importancia política de aquella Misa memorable. 

La pregunta es ineludible: ¿Por qué fue esta Misa tan importante para la transición política? Tres enunciados dan razón de ello. En primer lugar, por la participación de autoridades extranjeras. Algunos de los miembros del equipo de máxima confianza de Juan Carlos I, que le asesoraron antes (cuando era príncipe de Asturias), durante y después de su proclamación como rey, tuvieron a bien mandar un mensaje a las cancillerías de los países democráticos, a espaldas del entonces presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, celoso del continuismo franquista. Se les propuso que, ante la reticencia a participar en el acto de proclamación de las Cortes, principal institución valedora del franquismo, acudieran a la Misa en los Jerónimos, en un espacio desligado de la estructura del Estado y que tenía una gran relevancia simbólica, dado que en el protocolo español esta celebración hace las veces de coronación en otras monarquías. Y así lo hicieron el presidente de Francia, Giscard d’Estaing; el de Alemania, Walter Scheel; el secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, y el príncipe Felipe de Edimburgo.

La segunda razón fue el mensaje en clave de la homilía del cardenal Vicente Enrique Tarancón, redactada con la ayuda del teólogo Fernando Sebastián (años después cardenal) y José María Martín Patino (mano derecha de Tarancón), considerada por el historiador Charles Powell como extraordinariamente importante. Se advirtió a los más relevantes jefes de Estado y de Gobierno que escucharían expresiones previamente consensuadas con el rey, en las que encontrarían sus verdaderas intenciones para el futuro de España. No los defraudó: 16 veces el entonces arzobispo de Madrid-Alcalá y presidente de la Conferencia Episcopal Española pidió al rey que lo fuera «de todos los españoles» y que, dejándose llevar por los valores más destacados tanto de la doctrina social de la Iglesia como de las constituciones democráticas, su reinado lo fuera de verdad (sin mentiras ni adulaciones), de vida (sin represiones), de justicia (para todos, iguales ante la ley), de caridad política (acogiendo y respetando las diferentes maneras de pensar) y de paz (libre y justa, ancha y fecunda). Y pidió explícitamente al rey «que las estructuras jurídico-políticas ofrezcan a todos los ciudadanos la posibilidad de participar libre y activamente en la vida del país». Tarancón sintetizó años después su significado: «Había terminado una época y era necesario abrir horizontes. Era indispensable hacer ver a los españoles y a todo el mundo que España se abría a un futuro abierto a la convivencia democrática».

En tercer lugar, está el valor simbólico de una realidad mucho más amplia que aquella celebración representaba: la del singular y decisivo papel de la Iglesia en la Transición. Como dice el catedrático de Historia de la Iglesia Juan María Laboa, la Iglesia española empezó su «transición política» diez años antes, cuando tras la celebración del Concilio Vaticano II. Además, a instancias de san Pablo VI, no solo la Santa Sede pidió la derogación del concordato vigente, que amparaba la confesionalidad del Estado, sino que la gran mayoría de los obispos, las congregaciones religiosas y los grupos apostólicos apoyaron y protegieron en sus dependencias todas las iniciativas opositoras al régimen, tanto sindicales como políticas. A lo que hay que añadir el compromiso sin tregua de políticos católicos que prepararon y acompañaron la incipiente democracia, ya fueran conservadores, democristianos o socialistas. Sus nombres, junto al del cardenal Tarancón, deberían formar parte del «homenaje a una generación que supo anteponer el diálogo al enfrentamiento y el bien común a cualquier otro interés», al que se refirió el rey Felipe VI el pasado viernes en el solemne acto del 50 aniversario de la monarquía. Porque, a mi parecer, ellos fueron la alma mater del «espíritu de la Transición», que, en palabras de nuestro rey, «sigue siendo la base sobre la que seguir construyendo el futuro de España».