¿Cuál ha sido la relación de los últimos Papas con los obreros?
En el Jubileo del Mundo del Trabajo, León XIV ha reivindicado que «es un derecho, no un privilegio». Sus predecesores también se preocuparon por esta cuestión
Este sábado, mientras se celebraba el Jubileo del Mundo del Trabajo en el Vaticano, León XIV ha rezado por el obrero de 66 años, Octay Stroici, que falleció tras el derrumbe de la Torre dei Conti el pasado lunes. «Es un derecho del ser humano tener un trabajo digno», ha dicho el Pontífice recalcando esa condición de «derecho, no un privilegio, con el que se mide la civilización de un país».
Apoyándose en el pasaje del Evangelio en el que los obreros van a la mies, León XIV ha asegurado que actualmente muchos siguen esperando «que alguien los contrate por un día». Sobre todo porque, aparte de permitir ganar un salario —que no es cuestión menor— el trabajo sigue siendo «un aspecto esencial del tejido social» y pertenece «a la condición original del hombre».
«La Iglesia os ama intensamente»
Este gesto de León XIV —quien tomó su nombre de León XIII, un Pontífice especialmente preocupado por la cuestión obrera— no es el primero de la historia. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, en medio de los bombardeos, Pío XII se dirigió a un grupo de obreros para decirles: «La Iglesia os ama intensamente y ha considerado las cuestiones que os afectan más particularmente». El episodio sucedió el 13 de junio de 1943 y, según narra L’Osservatore Romano, provocó un gran un silencio expectante antes de que el Papa volviera a tomar la palabra.
En plena devastación, Pío XII reivindicó la necesidad de «un salario que asegure la subsistencia de la familia, una vivienda digna de seres humanos y la posibilidad de proporcionar a los hijos una educación suficiente». Tres elementos fundamentales para reconstruir el mundo «no solo en su dimensión material».
Una Iglesia «madre de los humildes»
En 1961, la basílica de San Pedro se abarrotó de obreros en el primero de mayo, que es el Día Internacional de los Trabajadores. Juan XXIII se dirigió a esta «asamblea de trabajadores» y les recordó que la Iglesia «ha sido desde los inicios de su glorioso camino la madre de los humildes, la protectora de los fatigados”.
Su tono fue sereno, pero firme: Jesús había trabajado con sus manos, y en ese gesto se cifraba una parte esencial de su Encarnación. «El trabajo —concluyó— es una nobleza». En plena expansión industrial, el Papa Roncalli ofrecía una lectura evangélica del progreso: la técnica y la producción no podían medirse solo por su eficiencia, sino por su capacidad de servir al hombre.
Navidad en la siderurgia
Ocho años después, la imagen de Pablo VI en el centro siderúrgico de Taranto marcó una época. Era la noche de Navidad de 1968. Entre cascos, humo y chispas, el Papa rezó con los trabajadores sobre el polvo del suelo. «El mensaje cristiano no es ajeno al mundo del trabajo moderno», afirmó. Tal y como describió entonces L’Osservatore Romano, la escena mezclaba «los lenguajes del Espíritu y de la materia».

Cuando Juan Pablo II volvió a la fábrica
En 1982, Juan Pablo II visitó Livorno y pisó de nuevo las instalaciones de una empresa que conocía desde dentro: la fábrica Solvay. No en Italia, pero sí en Polonia, había trabajado en una durante su juventud «como encargado de las calderas». El Pontífice anticipó entonces una preocupación que hoy parece actualísima: «El desarrollo de la técnica plantea de nuevo el problema del trabajo humano. La técnica, que ha sido y es un factor de progreso, puede transformarse de aliada en adversaria del hombre».
Según advirtió Juan Pablo II, «los procesos productivos corren el riesgo de despersonalizar a quien realiza el trabajo, privándole de toda satisfacción y de todo estímulo a la creatividad y la responsabilidad». Y concluyó su intervención lanzando dos preguntas que parecen más pertinentes que nunca: «¿Quién tendrá la preeminencia? ¿Se convertirá la máquina en una prolongación de la mente?».
Piedras en lugar de pan
En 2011, Benedicto XVI celebró Misa en el astillero de Ancona, rodeado de grúas, barcos y hombres en paro. «Un modelo de organización social centrado únicamente en el bienestar material, que prescinde de Dios, acaba dando a los hombres piedras en lugar de pan», condenó. Después almorzó con obreros en desempleo y les aseguró que «conozco vuestros problemas, estoy cerca de vosotros. Toda la Iglesia está cerca de vosotros».

La seguridad laboral «es como el aire»
El Papa Francisco profundizó en esa línea durante su visita a la acería Ilva de Génova en 2017. «Sin recuperar una cultura que valore el esfuerzo y el sudor, no se puede recuperar una nueva relación con el trabajo», denunció centenares de obreros. Opinó que los campos, el mar y las fábricas son «altares» donde los hombres y mujeres elevan sus oraciones «con las manos, con el sudor y con el esfuerzo del trabajo».
Igualmente advirtió sobre «la idolatría del consumismo» y la especulación que destruye la empresa sana. Y, una y otra vez, insistió en que la seguridad laboral «es como el aire que respiramos: solo nos damos cuenta de su importancia cuando falta».