Es fácil juzgar al pobre Calígula como loco. Un tipo que pide la luna es un pobre estúpido, o carne de frenopático. Somos así, hay un componente en el ser humano que tiene forma de embudo, va estrechando lo amplio hasta llegar a la síntesis de cuanto sucede a su alrededor. Así, delante de nosotros, hacemos síntesis de personas. Aquí situamos al enfermo, aquí al gracioso, a este lado al tarado, al pesimista, al que no se entera, y así. Esta facilidad sumaria hace siempre aguas, porque nadie puede resultar ser una etiqueta, sino un misterio.
Albert Camus no quiso regalar al público de su Calígula esa lástima que produce quien dice cosas a medias o disparatadas, sino ver qué pasa cuando uno se toma en serio una libertad sin medida, hasta dónde es capaz de llevarnos. Es decir, suelta tu libertad, no la embrides, que sus doce corceles se arranquen por el escenario del mundo y trata de seguirlos.
La versión completa de la obra, dirigida por Joaquín Vida, se puede ver estos días en el Teatro Fernán Gómez, Centro Cultural de la Villa de Madrid. El elenco de actores es interesante, y al personaje principal, Javier Collado, se le nota que no sólo es un chico de series para la televisión, sino que lleva casi veinte años haciendo teatro.
Yo soy más partidario de la contención que del tono alto, digamos que me asusta más el Nicholson de El Resplandor cuando habla bajito, y parece casi amigable, que cuando grita medio loco con el hacha y persigue a su cadavérica esposa. En esta versión de Joaquín Vida se grita mucho, se echa de menos la tensión de los silencios y los rostros que no cuentan lo que sufren, a esa contención me refiero, pero no quita una pizca de reflexión a cuanto sucede.
Hay diálogos que exigen repaso concienzudo y en todo momento uno debe seguir el hilo racional de Calígula para entrar en su mundo. Su mujer, Cesonia, pronuncia un juicio acertado, “mi marido tiene desmesura de alma”. Tanta es la desmesura que se permite todo, pero todo es todo.
Quizá el momento más sobresaliente y espeluznante sea cuando el emperador perdona la vida de uno de sus dilectos colaboradores, pero no por misericordia, sino por capricho. El juicio irreverente de Calígula sobre el tiempo, “todo se termina, ¿qué importa?”. No está nada mal la relectura o la reescucha de este texto inmortal para saber más de esta nuestra especie, tan profundamente libre. Después de ver a nuestro emperador, se intuye que la libertad desbocada revierte sobre uno mismo y lo estrangula, se queda sin apoyatura real.
★★★☆☆
Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa
Plaza de Colón, 4
Colón
OBRA FINALIZADA