El valor incalculable de lo bello - Alfa y Omega

El valor incalculable de lo bello

El Louvre está lleno de objetos que no valen para nada y, sin embargo, tienen un valor incalculable. Y esto es exactamente así porque lo bello no tiene medida, ni puede ser tasado. Lo bello no es cualquier cosa susceptible de ser incluida en el mercado de las cosas

Guillermo Vila Ribera
Fila para entrar al Museo del Louvre
Foto: AFP / Julien de Rosa.

Han robado en el Louvre. Y el mundo asiste atónito y divertido a la sucesión de detalles que van filtrándose. El atraco se produjo con el museo abierto: cuatro encapuchados sortearon las medidas de seguridad y accedieron desde un camión situado en una zona de obras. Emplearon una grúa y motosierras para entrar en la Galería de Apolo. Solo necesitaron cuatro minutos para robar piezas valiosísimas. De incalculable valor, repiten las crónicas informativas de medio mundo. Los franceses se sienten ultrajados, heridos en lo más profundo de su legendario patriotismo. Se exigen responsabilidades políticas y se recuerda que hace solo tres meses los empleados del museo hicieron una huelga para denunciar la falta de personal de vigilancia.

Pero, más allá de los datos, quizá sea esta una buena ocasión para orillar el chisme y detenerse en lo serio. «La belleza salvará al mundo», dijo Dostoievski. Lo saben los de la fila que esperan cada día frente a la icónica pirámide de París; y los ladrones también.

Roban piezas por su valor económico, claro, porque pretenden enriquecerse en el mercado negro, pero, sin saberlo, están afirmando la primacía de lo bello, lo genuinamente humano de la experiencia estética.

Tal vez por eso el robo nos obliga a recordar qué significa custodiar la belleza.

El cuadro, la joya histórica, la sonata, el ballet, el verso lento y la novela precisa constituyen lo que de divino hay en el hombre. Somos llamados a transformar lo dado, a convertir el mundo en un lugar habitado por el bien, la verdad y la belleza, que son tres formas de nombrar lo mismo. Dicen los clásicos que lo bello se sintetiza en tres elementos: integridad, proporción y claridad. Y esto aplica al cuadro, pero también al alma.

El Louvre está lleno de objetos que no valen para nada y, sin embargo, tienen un valor incalculable. Y esto es exactamente así porque lo bello no tiene medida, ni puede ser tasado. Lo bello no es un servicio financiero ni un bote de mayonesa, ni cualquier otra cosa susceptible de ser incluida en el mercado de las cosas.

Me refiero a esa mujer que sonríe al pobre, a ese otro que abraza al enfermo, a aquel que responde a la violencia con prudencia, a esta religiosa que reza sin que nadie la vea, a ese niño que obedece, a mi esposa que me ama. Me refiero a esas personas que aguardan bajo el paraguas, que se dirigen hacia la promesa de salvación que se esconde tras una pincelada concreta. 

Muchos miran el móvil, pero en breve tendrán que levantar la mirada y reconocer que la verdad que buscan no puede darla ChatGPT, que solo ofrece información ilimitada pero desconoce que lo esencial se encuentra más adentro y no más lejos. Ser humano, escribe Josep Maria Esquirol, «no significa ir más allá de lo humano, sino intensificar lo humano, profundizar en lo humano: ahí está lo valioso».

Ahí está la belleza de valor incalculable.