Ricardo Piñero: «Prestarse al juego del tráfico de arte es una metáfora de la mercantilización que sufre nuestra sociedad» - Alfa y Omega

Ricardo Piñero: «Prestarse al juego del tráfico de arte es una metáfora de la mercantilización que sufre nuestra sociedad»

Tras el robo en el Museo del Louvre hablamos con Ricardo Piñero, catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad de Navarra, sobre belleza, hurtos, arte y responsabilidad estatal

Cristina Sánchez Aguilar
Algunas de las piezas robadas del Museo del Louvre en octubre de 2025.
Algunas de las piezas robadas del Museo del Louvre en octubre de 2025. Foto: AFP / Stephane de Sakutin.

El robo de un conjunto de joyas «de un valor patrimonial e histórico incalculable» en el Museo del Louvre, en París, el pasado domingo por la mañana, lo llevó a cabo en siete minutos un comando de cuatro ladrones. Se llevaron una diadema de la reina María Amelia y de la reina Hortensia; un collar del conjunto de zafiro de las mismas reinas; un pendiente de ese conjunto; un collar de esmeraldas de la reina María Luisa; un par de pendientes de esmeralda de María Luisa; un broche; una diadema de la emperatriz Eugenia y un broche de la misma emperatriz. Hablamos con Ricardo Piñero, catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad de Navarra, sobre belleza, robos, arte y responsabilidad estatal.

—El reciente robo en el Museo del Louvre ha sacudido al mundo del arte. Más allá del valor económico, ¿qué significa para usted la sustracción de una obra icónica?
—La sustracción de una obra icónica supone especialmente una pérdida patrimonial, pero es el síntoma de algo mucho más grave. No solo se pierde una parte de nuestra cultura, sino que está reflejando un malestar social, político, económico... más allá de las medidas de seguridad de un centro de arte o de una institución cultural. Lo cierto es que, en nuestros tiempos, estamos perdiendo el respeto radicalmente hacia aquello que nos sostiene, y una de esas cosas es la belleza.

—¿Diría que este tipo de crímenes son, en cierto modo, una metáfora de nuestra relación actual con la belleza?
—Este tipo de acontecimientos criminales suponen una situación anómala con respecto al modo de estar en el mundo del ser humano. Desde luego, nuestra relación con la belleza en los últimos 100 años es la historia de un deterioro realmente muy preocupante. Basta con hacer una mínima búsqueda en una de las grandes máquinas de información de internet que es Google, si uno teclea «belleza» las respuestas que obtiene inmediatamente son mujeres maquillándose. Esto, de alguna manera, nos sitúa ante una frivolización de cuestiones esenciales que han mantenido al ser humano el tono de lo que son sus valores primordiales.

—¿Por qué cree que la belleza sigue siendo importante hoy?
—La belleza es y seguirá siendo importante mientras exista vida humana, porque no solo es algo objetivo que existe en la naturaleza, sino también una impresión subjetiva que nos mantiene en nuestro mejor tono, desde el punto de vista antropológico. La belleza es una necesidad para el ser humano.

Benedicto XVI siempre remarcó este hecho tan peculiar. Él decía algo así como que se puede vivir sin pan, pero no sin belleza. La belleza es el alimento del espíritu. El hombre a veces se centra en las cuestiones meramente corporales y sensoriales y olvida que, precisamente, eso que nos mantiene vivos de verdad, que hace de nuestra vida una vida digna, una vida completa, una vida plena, son también las cuestiones referidas al ámbito espiritual. La belleza es un encuentro entre el sujeto y el objeto, entre cada persona y el mundo que habita. Y por eso además es, desde una perspectiva trascendental, una de las mejores huellas que el Dios creador de cielo y tierra ha dejado a nuestro alcance.

Piñero es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la UNAV.
Piñero es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la UNAV. Foto cedida por Ricardo Piñero.

—Parece que las obras robadas terminan a menudo en colecciones privadas. ¿Qué responsabilidad tienen quienes compran arte robado?
—Por supuesto cuando alguien comete un robo, más allá de la cuantía de lo robado, se convierte en un ladrón. Es decir, el problema de determinados comportamientos es que afectan a nuestro modo de ser. Cuando además esto se realiza por encargo, podríamos decir, y el único objetivo es quitar a alguien para dar a alguien, eso implica no solo una pobreza intelectual, una pobreza económica o una pobreza moral, sino especialmente algo que es muy denigrante: faltar al respeto y a la dignidad de las personas.

El hecho de que alguien quiera apropiarse de un objeto único, valioso, hermoso y que lo quiera tener para sí solo es algo tan significativo de nuestros tiempos como la soberbia, el orgullo y la vanidad, y eso hasta límites desmedidos, hasta límites insospechados. Así que, quien realmente compra arte robado o encarga robar arte, podríamos decir que se sitúa en un límite especialmente infrahumano.

—¿Qué nos revela el tráfico de obras de arte sobre el mundo en que vivimos?
—Lo que revela el tráfico de obras de arte en el mundo que vivimos es lo que ha revelado siempre: un afán por acaparar lo exclusivo, por ser originales, por dominar a los demás, incluso privándoles de aquello que podría ser un derecho. Desde luego, las obras de arte y el sentido de los museos es compartir la belleza, generar cultura, engendrar en los seres humanos una perspectiva que sea enriquecedora para su vida cotidiana. Es decir, no estamos hablando, cuando hablamos de obras de arte, de objetos extremadamente raros, sino de algo que puede cambiar tu vida y la mía desde un punto de vista cotidiano.

Así que prestarse a ese juego del tráfico de arte, en el fondo, es una metáfora de la mercantilización que está sufriendo nuestra sociedad contemporánea, donde ya se ha perdido de vista no solo el valor de los objetos culturales, sino, sobre todo, el valor de la vida humana. Vemos montones de situaciones en las que no se respetan los derechos, se cancelan por supuesto la vida y el dolor, y se cancela también una concepción de todo aquello que enriquece al ser humano. ¿Por qué? Con un único objetivo: convertirlo todo en valor de mercado. Y eso es la mayor de las pobrezas.

—¿Los Estados tienen «responsabilidad estética»?
—Desde un punto de vista institucional, desde luego que los Estados tienen responsabilidad estética, de la misma manera que tienen responsabilidad educativa. Es decir, yo no haría un caso diferente de lo estético respecto de lo que es la educación. La educación por la que tienen que velar nuestros Estados debería ser una educación integral, sin duda alguna, que tenga en cuenta todas las dimensiones del ser humano. Y eso implica la historia, el pensamiento, la sociedad, la economía, la investigación científica y biológica, y, por supuesto, lo estético, porque no es solo algo que tiene que ver con nuestro gusto estético, sino, especialmente, con nuestra sensibilidad. Es decir, lo estético nos recuerda que cada ser humano tiene, en sí, unas facultades que le ayudan a disfrutar, a degustar y a amplificar su existencia gracias a la belleza. Así que sí, los Estados deberían estar muy pendientes de cuidar nuestra educación integral, también la estética.

Fachada del museo parisino tras el robo. Foto: EFE / EPA / Yoan Valat.

—¿Qué papel juegan hoy los museos ante estos desafíos?
—El papel que juegan los museos en las sociedades contemporáneas es doble. Por un lado, tienen esa función fantástica de conservar el patrimonio, de ser los herederos de depósitos que, de alguna manera, nos ponen ante nuestra mirada todo lo que es la cultura y la evolución del ser humano. Tanto en las ciencias como en las letras, en los ámbitos de investigación científica y tecnológica como en los ámbitos más artísticos. Pero tienen una segunda misión: la de promover, incitar, agitar nuestra capacidad reflexiva. Parte de lo que podrían hacer nuestros museos es justamente ayudarnos a reconocer que nuestro pensamiento debe ser crítico, pulido, riguroso, comprometido con la mejora constante de la sociedad en la que nacen.

—Finalmente, ¿cómo se resiste a la corrupción del arte en un mundo tan dominado por el dinero?
—Una de las tragedias que el ser humano puede padecer es reducir todo a valor de mercado. Todos somos conscientes de que necesitamos recursos para vivir y todos buscamos mejorarlos. Es absolutamente digno el hecho de poder mejorar la situación que tenemos con nuestras expectativas y formación laboral. Pero en el caso de las artes, hay algo que es más relevante: tienen un potencial integral con lo que respecta al ser humano. Son recordatorios de la creatividad que, sin duda alguna, es uno de los dones más preciados que hemos recibido y por el que los seres humanos nos caracterizamos más.

Siempre hemos barajado esa definición del ser humano como un animal político, como un ser social. Diría que es más interesante esa otra perspectiva en la que se nos considera seres simbólicos, con capacidad creativa. La razón es muy clara: nuestro mundo está muy bien, pero ha de ser mejorado siempre. Teniendo en cuenta que somos muchos seres humanos los que compartimos cada día esta lucha por mejorar, deberíamos mantener un tono optimista y esperanzado. Y hay que tener la mirada puesta en ese horizonte de la bondad de las personas, que es siempre mucho más positivo y mucho más fecundo.