Lo mío ya era una historia de amor. No me hacía falta siquiera entrar por la puerta del Arlequín. La verdad es que lo tenía fácil: se me enamora el alma con todo lo que tiene que ver con África. Y más si, como ya me vaticinaba el nombre, se iba a relacionar con sus raíces, con la esencia de un pueblo, concretamente el senegalés.
Igual que en multitud de culturas, las danzas tradicionales están íntimamente ligadas a la la tierra y sus estaciones, a las relaciones interpersonales, o a las fases de la vida, como el nacimiento, la iniciación en la edad adulta, el matrimonio o el fallecimiento. Por eso, cuando uno se adentra a investigar en ese folklore, aprende, aunque sea de refilón, un poquito de la historia de un país, de un pueblo. Y eso, así de primeras, tira. Y mucho.
Como era de esperar, el ballet folklórico Jammu, nacido en Dakar en 2008, fue una explosión de color y alegría. Y no sólo eso: ¡también una clase práctica de conocimiento! Seis músicos interpretaban diversos ritmos con instrumentos autóctonos del país. Y te lo iban contando: «Así suena el Neunde, o el Djembé, o el Riti…». Y te ibas familiarizando con los diferentes sonidos de cada uno de los tambores. También aprendimos a cantar en wolof, el idioma, después del francés, más extendido en Senegal. Y aplaudimos como locos, siguiendo un divertido juego de ritmos.
Este ballet, compuesto por una docena de jóvenes, está dirigido por Ass Ndiaye. Y tiene un nombre muy revelador: Jammu, que significa paz. Una metáfora de la paz que quieren mostrar los jóvenes, pertenecientes a diversas etnias senegalesas. El proyecto tiene un objetivo concreto: fusionar un grupo folklórico, para dar a conocer la cultura de Senegal a lo largo y ancho del mundo, y además ser escuela de música y danza. La sede está en Yoff, un barrio marinero de Dakar, donde se crean las coreografías y los ensayos.
Aviso a navegantes: no van a ver un baile coreografiado al detalle. Aunque tienen unos pasos definidos, la improvisación es evidente. Los bailarines utilizan todo el cuerpo, desde la punta de los pies a su cabeza, para seguir el ritmo frenético de los tambores. Y hasta pueden conseguir que cada parte del cuerpo siga un ritmo diferente del tambor.
Y se quedarán boquiabiertos con las acrobacias de los bailarines. ¡Nunca había visto a alguien saltar tan alto! Una hora y media la mar de recomendable si quieren adentrarse en ese maravilloso continente. Y una recomendación más: ¡Vayan con niños! Van a aprender y disfrutar como nadie.
★★★☆☆
Teatro Arlequín
Calle San Bernardo, 5
Santo Domingo, Callao
OBRA FINALIZADA