En su primera parroquia, José Antonio Álvarez sigue siendo «Pepito»

En su primera parroquia, José Antonio Álvarez sigue siendo «Pepito»

Ya como seminarista, Pepe Álvarez tuvo que lidiar con situaciones delicadas en su etapa de formación pastoral en una parroquia. Las resolvió muy bien «con diálogo y cariño»

María Martínez López
Álvarez celebra una boda en su antigua parroquia.
Álvarez celebra una boda en su antigua parroquia. Foto: Virgen de la Fuensanta.

«Lo que se mama en los primeros años de cura te marca y te estructura para toda la vida», asegura el sacerdote Samuel Urbina. Por ello, si José Antonio Álvarez, obispo auxiliar de Madrid fallecido el 1 de octubre, «ha sido un hombre enamorado de la Iglesia, que ha trabajado en Iglesia y no como un francotirador», algo tendrán que ver sus años como seminarista en la parroquia Virgen de la Fuensanta, donde Urbina, ahora jubilado, era párroco.

Álvarez, «Pepito» —como se sigue refiriendo Urbina a él—, fue enviado allí para hacer la etapa pastoral, los últimos dos años de su formación. Compartía un piso de la comunidad con otro compañero. «Estaba aquí cuando se ordenó de diácono en 1999 y de sacerdote en 2000», recuerda Urbina. De hecho, «me pidió que le pusiera yo la casulla» durante la celebración. Al otoño siguiente, ya le destinaron a la capellanía de la Escuela de Arquitectura.

Urbina, primer banco en el centro, durante la Misa corpore insepulto de Álvarez. Foto: Jorge Barrantes.
Urbina, primer banco en el centro, durante la Misa corpore insepulto de Álvarez. Foto: Archimadrid / Jorge Barrantes.

«Era muy alegre, cercano y sencillo. Se relacionó muy bien con toda la gente de la parroquia». Y con los sacerdotes —«también del arciprestazgo, que estábamos muy unidos»— mantuvo un trato de «cercanía y cariño», narra el antiguo párroco.

Ante las dificultades

Una de las tareas que le encomendó fue Senda, la catequesis de poscomunión. A pesar de que «llegaba con nada de experiencia», en ese tiempo «hizo una labor muy buena». Y eso a pesar de que ya tuvo que lidiar con «algunas dificultades» y debió «reconducir una situación que heredó y ya estaba viciada», con algunos catequistas que no estaban integrados «en la vida de la parroquia».

«Era delicado. Tuvo que luchar y sufrió. Yo le apoyé» en las decisiones que iba tomando y al final el problema «se superó bien, sin conflicto». Lo logró «con diálogo, cercanía y mucho cariño».

Siguió bautizando a los hijos de sus amigos
Siguió bautizando a los hijos de sus amigos. Foto: Virgen de la Fuensanta.

Otra labor que le encomendó Urbina —«lo hago con todos los seminaristas porque le doy mucha importancia»— era llevar la comunión a los enfermos. «Lo vivió con mucha generosidad e ilusión. Nunca se opuso a nada». Al contrario, «era muy positivo y valoraba todo: la pastoral, los campamentos y el Camino de Santiago, la convivencia o las celebraciones»; como las bodas y bautizos que empezó a presidir de diácono.

Iglesia viva y corresponsable

En esos dos años, el sacerdote jubilado cree que Álvarez «aprendió a ver una parroquia viva», con mucha actividad; «una Iglesia viva». También a trabajar compartiendo la responsabilidad con los laicos.

Siguió visitando la parroquia por amistad, tanto con Urbina como con los laicos. Estuvo en sus bodas de oro, en 2022. Y dos años después, cuando llegó el momento de su ordenación episcopal, «me llamó para decirme que quería que fuera uno de los dos sacerdotes que acompañan» a los futuros obispos.

Misa de bodas de oro sacerdotales de Urbina.

A la pregunta de por qué, respondió que además de en recuerdo de la ordenación sacerdotal, más de dos décadas atrás, «porque quiero que se vea que los curas jubilados no están descartados de la vida de la Iglesia. Seguís vivos y podéis aportar». «Para mí fue una ilusión grande», confiesa Urbina.