Más allá de las especulaciones sobre la orientación sexual de Miguel de Cervantes —una impostura poco ética cuando se trata de reinterpretar la memoria de un muerto—, El cautivo, octavo largometraje de Alejandro Amenábar, se percibe como un retroceso en la consolidación de su filmografía y una decepción para quienes aún consideran al director como uno de los nombres más internacionales del cine español.
Estrenada el 12 de septiembre con más de un millón de euros recaudados en su primer fin de semana, El cautivo se presenta como una fantasía anacrónica más que como un relato histórico. Amenábar, que en Ágora, Mar adentro o Mientras dure la guerra logró conjugar emoción y reflexión, ofrece aquí un producto desigual, más pendiente de la polémica que de la hondura narrativa y muy insuficiente en términos artísticos.
El presupuesto, cercano a los 9,8 millones de euros, lo sitúa en una franja media, muy lejos de Ágora o Los otros. A ello se suma un guion con poca raíz en las fuentes históricas: hasta su propio asesor, el cervantista José Manuel Lucía Megías, ha subrayado que no existen pruebas sobre las supuestas aventuras sentimentales de Cervantes con hombres.
Amenábar parece haber tomado demasiado en serio la máxima de Hitchcock: «Cuanto más logrado esté el villano, más lograda estará la película». Aquí, de nuevo, la Iglesia católica aparece como antagonista. El inquisidor Blanco de Paz es dibujado como un personaje caricaturesco, al borde de la parodia, que concentra todos los vicios: fisgón, mal pensado, dispuesto a la traición y a renegar de su fe. Al mismo tiempo, a Cervantes lo coloca en un papel casi heroico, entregado y luminoso.
El filme cae en anacronismos y licencias difíciles de justificar. Se menciona, por ejemplo, que Cervantes perdió la mano antes de Lepanto, algo falso, según la carta autobiográfica de Cervantes a su editor, la obra de José María de Cossío (1934) o Cervantes y su mundo, de Américo Castro.
Además, se señala a Hasán Bajá, enamorado del joven soldado, como el principal libertador de Cervantes. Pero, en realidad, las fuentes históricas Libres en un mundo esclavo (1974) o Información de Argel, del propio cautivo, apuntan que fue el fraile Juan Gil quien pagó el rescate con 500 escudos en oro de España.
En el plano artístico, encontramos unos diálogos pobres y repetitivos; un casting descompensado, donde Julio Peña parece más un adolescente de Al salir de clase que un escritor en ciernes y Fernando Tejero es incapaz de desprenderse de su tono cómico televisivo. Solo Miguel Rellán, en su papel clerical, logra insuflar credibilidad.
La escenografía, la dirección de actores y el casting, el abusivo uso de la música, el desaguisado guion y la inconcreción histórica hacen de la película un disparatado y osado culebrón amoroso, a medio camino entre una telenovela turca de Antena 3 y un estridente espectáculo que aspira a imitar a Puy du Fou.
Alejandro Amenábar
España
2025
Aventura / Drama
+18 años